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lunes, 19 de diciembre de 2011

aFANanados







El otro lado de la estación
Por Karla R. Medrano


El niño permanecía ahí, sentado en plena banca del andén del tren número siete, llevaba esperando desde las seis de la tarde a que su padre llegara por él. Según su mamá, ésta vez su papá si iría, pero a lo que Alex podía ver de nuevo, se había atrasado en una de sus juntas. Comenzaba a sentir frío y hambre, la señora de la taquilla ya llevaba viéndole un tiempo sin decirle nada, la estación estaba casi fantasma.

Alex jugueteaba con los dedos y recordaba los buenos tiempos de convivencia familiar, se preguntaba porqué su abuelita ya no venía a verlo, o por qué ya no escuchaba cuentos en las noches, cosa que se respondía con una sola respuesta: papá se había ido.

Pasó un tren más, el reloj marcaba las seis y cuarto, el niño agitaba sus pies que no alcanzaban a tocar el piso, nuevamente miró a la señora de la taquilla que ya no le prestaba atención y que ahora sólo hojeaba una revista de chismes, un tren más que pasaba y aún no había rastro de su padre.

Las luces de la estación eran cada vez más fúnebres y de pronto del otro extremo de las vías un niño de cabello rubio mantenía la misma postura que él. Alex entornó los ojos para poder observar más al niño y éste le respondió agitando la mano.

–Hola –dijo Alex, pero el otro niño sólo miró extrañado y puso la mano alrededor a su oreja. Alex entendió que no escuchaba lo que decía.

Recordó que en su mochila llevaba la libreta de los deberes, así que tras tomar un crayón, escribió en letras grandes “hola”.

El niño al otro extremo sonrió ampliamente y sacó de su cartera de cuero un cuaderno sin espiral fino, tomó un rotulador y le regresó el saludo.

“¿Puedes hablar?”, fue el siguiente mensaje que Alex escribió.

“Sí, ¿puedes oír?”, anotó de inmediato el niño rubio.

“Sí”, dijo Alex con los hombros arriba, preguntándose porqué no lo escuchaba.

“¡Qué raro!”

“¿Cómo te llamas?”. Preguntó con letra más calcada.

“Bruno Evans”, leyó Alex con dificultad.

“¿Vendrán por ti?”

“No, ahora voy a la escuela”

Alex creyó que era muy raro que alguien fuera la escuela tan tarde y en sábado.

“¿Tan tarde?”, le preguntó.
“Para nada”

“¿Qué hora es?, apuntó sospechoso de que el reloj de la estación estuviese averiado y ese fuera el motivo de que su padre aún no estuviera ahí. El chico observó el reloj de su muñeca y después escribió en la libreta.

“Las 9 de la mañana”

Entonces sí que había un error aquí, faltaban horas para que viera a su padre, pero aún tenía una pequeña duda.

“¿Vas a la escuela en sábado?, escribió con la letra más clara.

“No, hoy es miércoles”, anotó el chico con el entrecejo fruncido.

“Es sábado 5 de noviembre de 2011”

“Que chistoso eres”, apuntó el chico con una sonrisa burlesca.

“Es en serio”

“Es miércoles 9 de noviembre de 1943” escribió mientras desprendía una hoja de la libreta y elaboraba un avioncito de papel, para después lanzárselo a Alex al otro lado de las vías.

Alex escuchó el sonido del tren venirse hacía la estación, el avión aterrizó con tiempo justo en el suelo, y después alguien tocó su hombro, era su padre pálido.

–¿Estás bien? –dijo con la respiración entrecortada, tenía la suspicacia de que había estado corriendo.

–Sí, ¿pero porqué tardes tanto? –dijo Alex mientras abrazaba su pierna y buscaba el avión en el piso.

–Estaba en una junta…

–… importantísima de la que no me podía zafar –completó el niño la frase.

–Así es –dijo el padre mientras Alex escuchaba como el tren avanzaba de nuevo, giró y vio la banca vacía del otro lado de la estación, tomó el avioncito del suelo y leyó el apunte escolar de su amigo <>, lo releyó varias veces hasta que decidió volver a doblarlo, giró el rostro hacía su papá y le dijo:

–¿Crees que algún día podamos ir a Barnet, Londres?

–¿Qué tiene Barnet que te interesa tanto? –preguntó al subir las escaleras del subterráneo.

–Creó que tengo un amigo allá –dijo mientras el padre reía y lo alentaba a seguir caminando.

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