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lunes, 19 de diciembre de 2011

In focus






In focus
Enseña a tus hijos a comer de todo
(Por una niña mala para comer)


Primero que nada, vamos estableciendo conceptos:
Un niño muy bueno para comer, es el que nunca nos da problemas a la hora de alimentarlo, lo que le ponemos enfrente se come, tan así que en la mayoría de las ocasiones no recuerda lo que comió, porque ni siquiera se tomó el tiempo para analizar lo que estaba comiendo. Tengan cuidado con este niño, ya que tiende a comer en exceso, solapado por nosotros, por la felicidad que nos produce cuando deja su plato limpio y pide un poco más.
Un niño bueno para comer, es el que come casi de todo, en cantidades moderadas. Probablemente le disgusten uno que otro alimento, pero admitámoslo, a todos nos disgusta uno que otro alimento, así que no es un problema serio.
Un niño malo para comer, es al que hay que insistirle durante horas para conseguir que coma un bocado. Es quien más nos preocupa y estresa, y es quien nos da el mejor material para escribir estos consejos (aunque se pueden aplicar a cualquier niño).
Desde antes de tener conciencia, fui conocida como una niña mala para comer. Entre las anécdotas de mi mamá al respecto, cuenta que cuando me preparaba mi biberón con fórmula, me tardaba tres horas con el mismo y solo conseguía tomarme dos onzas antes de que debieran desechar el contenido; cuando podía sentarme en mi silla periquera nunca hice un intento por tomar mi cuchara, y si me dejaban sola por un segundo con mi plato era capaz de volcármelo en la cabeza como si fuera sombrero (y la comida ingresaba en mi organismo por ósmosis).
Desde que tengo conciencia, recuerdo la gran cantidad de cosas que odiaba comer: avena, huevo, plátanos, leche pura, caldos con carne, zanahorias, manzanas, chayotes, calabazas, quesos, hígado y un largo etcétera.
Entre los recuerdos imborrables que tengo de mi infancia, se encuentran las horas de la comida. Nótese que dije “horas” y no “hora”. Y es que la rutina era la siguiente: todos los días, a la una de la tarde, a mis hermanos y a mí nos llamaban a comer. A más tardar a las dos de la tarde ellos ya habían terminado su plato. A las cuatro de la tarde mi abuelita había terminado de limpiar la cocina, así que se iba a la sala para ver la televisión. Y por fin, en ese momento, yo podía levantarme de mi silla y vaciar el contenido de mi plato en el bote de la basura, liberándome a mí misma del martirio que representaba la hora de comer.
En aquellos tiempos, todos los adultos que me rodeaban intentaron varias estrategias para obligarme a comer mejor, además de la vigilancia durante tres horas junto a mí y mi plato, castigos físicos, amenazas con lavativas, etc.
Tal vez si hubieran preguntado mi opinión al respecto, la hora de la comida habría sido menos estresante, tanto para mí como para ellos. Y es que, diariamente, mientras analizaba el asqueroso contenido del plato que tenía frente a mí, mi imaginación trabajaba esperando que el plato o su contenido adquiriera vida propia, y también pensando lo que yo haría cuando fuera grande para que mis hijos comieran bien.
Así pues, he aquí las estrategias que estoy segura hubieran funcionado conmigo para que yo comiera bien, y que he probado con mi hijo cuando dice que un alimento no le agrada.
1. No pongas el mal ejemplo
Recuerdo que alguna vez una amiguita me invitó a su casa a comer, y me llamó la atención lo poco surtido que estaba su refrigerador. La niña me explicó que su mamá nunca compraba los alimentos que no le gustaban a ella, y que tampoco compraba los alimentos que les disgustaban a sus hijos, para no tener que desperdiciar comida por alguien que no quisiera comer algo.
Eso sí que me pareció un mal ejemplo, ya que la mamá limitaba la calidad de la alimentación de todos al juntar en uno solo los caprichos personales de todos ellos. Pero también fue mi base para decidir que cuando yo tuviera mis hijos, comería las cosas que me desagradan enfrente de ellos, pensando en su valor nutritivo, sin expresarles mi disgusto, para lograr que ellos tuvieran una mejor alimentación que la mía.
Y sobre todo, nunca le digas “guácala” a la comida, porque aunque no lo creas, esa cosa que te desagrada puede ser el platillo más delicioso del mundo para quien te está escuchando.
Un niño que se atreve a decir que un alimento no le agrada, es porque escuchó a alguien decir que un alimento no le agrada, y se siente con el derecho de repetirlo.
2. Pregúntales los motivos por los que no quieren comer.
Si a mí me hubieran preguntado de niña, dependiendo del alimento eran las razones para no consumirlo. Es cierto que comía demasiado lento, en gran parte porque así lo requería mi proceso digestivo, pero gran parte también se debía a que tenía el conocimiento previo de lo que me sucedería con tal o cual alimento. Por ejemplo: los plátanos se me volvían negros en la mano, los caldos se me volvían espesos cuando se enfriaban, o bien la grasa se cuajaba en la superficie, la leche pura se me agriaba en el vaso, la avena estaba llena de “cositas”, etc.
Recuerdo que mi hijo de pequeño podía comer papaya perfectamente, una fruta con la que la mayoría de los niños tienen problemas. Sin embargo, a los seis años dejó de gustarle. Al preguntarle sus motivos, me dijo que las semillas de la papaya parecían una colonia de insectos.
Si sabemos lo que piensa un niño respecto del alimento que no desea consumir, será más fácil encontrar la solución para ayudarlo a comer ese alimento.
Hay niños que, cuando hace mucho calor, pierden el apetito. No te mortifiques si no quieren comer comidas elaboradas. Lo primero que debes procurar es que estén bien hidratados. Puedes prepararles la limonada con un poco de sal para que les sirva como suero. Y no importa que solo quieran comer fruta fresca, ensaladas de vegetales frescos, de atún, de pollo, o alimentos parecidos. Sigue siendo comida, y sigue siendo nutritiva.
3. Involúcralos en la preparación de los alimentos
Cuando pasé a cuarto grado de primaria, ingresé en una escuela donde las niñas tomaban clases de cocina una vez por semana a partir del cuarto grado. Y lo que yo misma noté, fue que cada vez que en clases de cocina utilizaba un ingrediente que nunca había sido de mi agrado, me sentía tan orgullosa de haber cocinado, que ese ingrediente pasaba a mi lista de alimentos comestibles.
Así fue como la zanahoria entró a mi lista de comestibles (y confieso que aún me desagrada su sabor).
4. En lugar de amenazarlos, explícales los beneficios de los alimentos que odian
Como dije, tengo una larga lista de alimentos que no me agradan. Solo que ahora la lista tiene otro nombre “alimento que a pesar de todo, son nutritivos”.
El prometer castigos para obligar a los niños a consumir un alimento, solamente vuelve al alimento más desagradable de lo que ya era.
Pongamos al hígado como ejemplo, ya que a la mayoría de los niños (y a muchos adultos) les desagrada. Pero los niños te entenderán si les explicas que es un alimento rico en hierro y en vitamina A (incluso más que las zanahorias), que te ayuda a que tu organismo se mantenga sano, ya que nutre la piel, purifica la sangre, y ayuda a evitar graves enfermedades como la anemia y la leucemia.
El hígado cuesta, en promedio, la quinta parte de lo que cuesta un kilo de carne magra, y eso es una gran ayuda para tu presupuesto. La mejor nutrición y el mejor precio en el mismo producto. ¿Qué más se puede pedir?
Claro que la explicación no funciona por sí misma, y la tienes que reforzar con los tres siguientes consejos.
5. Prepara los alimentos que les desagradan como su alimento favorito
A lo largo de mi vida he aplicado y he visto como aplican esta medida una y otra vez con excelentes resultados.
La primera vez escuché a una señora hablando con mi mamá, que contaba cómo les preparaba a sus hijos la gelatina con caldo de frijol (y mi primera reacción fue pensar “aaaaaascooooooo”).
Cuando mi hijo era pequeño y no quería comer algún vegetal, como calabazas o zanahorias, se las empanizaba, y cuando ya había comido más de la mitad, le explicaba lo que estaba comiendo. Después de eso, no tuve ningún problema con ponerle esos alimentos en otras presentaciones.
Mi amiguita Andrea me contaba que odia comer hígado. Cuando le pregunté por su platillo favorito, me contestó que le encantan las chuletas en salsa verde. Le planteé entonces la posibilidad de negociar con su mamá que cuando le quiera dar hígado nuevamente, le sugiera que lo prepare en salsa verde, y estuvo de acuerdo en que así le resultaría menos desagradable.
6. Prémialos cuando comen algo que les desagrada

Ya sea preparando el agua fresca de su sabor favorito, o su postre favorito para que les quite el mal sabor que la comida les ha dejado (no lo pueden negar, cuando odiamos un alimento lo peor que nos puede suceder es conservar ese sabor) hará más llevadera, o menos traumática, la idea de comer ese alimento.
7. Diversifica las presentaciones de los alimentos

En muchas ocasiones, para que los niños no dejen la comida, les preparamos lo que les gusta una, y otra, y otra, y otra vez. El resultado es un hastío tremendo que los niños no quieren volver a saber de ese alimento. Aunque no lo quieran creer, se vuelve aburrido.
Por esa razón, yo odiaba el huevo cuando era niña, y hasta mis hermanos llegaron a odiar la birria junto conmigo, y eso que ellos eran buenos para comer. Hasta llegué a odiar los sándwiches cuando tuve que comerlos varios días seguidos.
Cuando mi hijo era pequeño y todas las mañanas pedía huevo para desayunar, estuve consciente de que nunca lo prepararía de la misma manera dos días seguidos. De esa forma, el huevo sigue siendo, para él, un alimento delicioso.
8. Sirve porciones pequeñas
Una de las principales razones por las cuales yo era mala para comer, es porque me abrumaba la cantidad de comida que me servían, pues de antemano estaba consciente que yo no era capaz de terminar con tal cantidad de alimento.
Tal vez si me hubieran dado la tercera parte de un plátano en lugar de un plátano entero, no se me hubiera convertido en una miel por pasar tanto tiempo en mi mano, sobreexpuesto a mi calor corporal. Tal vez si me hubieran dado la tercera parte de un plato de caldo, no se me hubiera cuajado al momento de enfriarse.
En muchos casos, los niños no son malos para comer, pero a los niños les sirven porciones como si fueran adultos, y cuando no se terminan todo su plato son catalogados como malos para comer.
9. Prepara licuados, gelatinas y postres nutritivos

Es increíble la cantidad de sabores que se disfrazan en un licuado y los niños ni se enteran de lo que están tomando. Cuando mi hijo aclaró que no consumía papaya porque le parecía que las semillas eran una colonia de insectos, se la preparé en licuado, y no volvió a tener problemas con ella. Y por mí misma he comprobado lo siguiente:
El sabor del huevo se pierde fácilmente en un licuado de frutas.
Puedes agregar avena u otros cereales, si es que tienen problemas para comer granos enteros.
Puedes hacer combinaciones de frutas que les gusten y otras que les desagraden, para aumentar la cantidad de vitaminas y de fibra natural que deben consumir.
En las gelatinas puedes poner fruta natural rayada o licuada.
Aún recuerdo los postres que mi abuelita nos preparaba cuando éramos niños, como manzana y zanahoria rayada, mezclada con leche clavel y un poco de azúcar, (y eso era lo único que, desde mi punto de vista, le quitaba lo desagradable a una zanahoria) o plátanos con crema (y era la única forma en que no se me volvían negros en la mano, pues los comía con cuchara).
Y tantas cosas ricas y nutritivas como el arroz con leche, el yogurth natural con fruta natural, etc. Tu imaginación es el límite cuando de nutrir bien a tus hijos se trata.
10. Evita la comida chatarra

El problema no es que los niños coman poco, sino que lo poco que coman no les sirva de nada.
Así que, para cualquier niño, pero sobre todo para un niño que con cualquier cosa que come se llena, queda estrictamente prohibida la comida chatarra. Está llena de toxinas y conservadores que lo único que provocan es obesidad, problemas digestivos y desnutrición.
11. Minimiza la cantidad de grasa en la preparación y presentación de alimentos.
Éste fue otro de mis grandes problemas con la comida. Como dije, odiaba los caldos con carne porque se me cuajaban, y lo que se me cuajaba era la grasa de la carne en la parte superior del caldo. Fue hasta que aprendí que podía quitarle esa grasa a la comida que comencé a apreciar los caldos.
Incluso a los siete años de edad recuerdo que aborrecí los elotes cuando me dieron uno con mayonesa, y no pude comer una hamburguesa desde los ocho años porque me la dieron frita, y las comí hasta que tenía diecisiete, que probé por primera vez una hamburguesa al carbón.
La grasa es difícil de digerir, todo el aparato digestivo lo sabe, y por eso a muchos niños les cuesta comer alimentos que tienen exceso de grasa.

Y como último consejo, no te mortifiques. La comida es un placer, así que haz lo posible porque compartir alimentos sea agradable para todos. Mira que los gritos, regaños y preocupaciones arruinan el proceso digestivo tuyo y de tus hijos.

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