No olvides dejar tus comentarios

Estamos tratando de traerles nuevas secciones, y más información, déjanos tu opinión sobre lo que te ha gustado o lo que te gustaría ver en las siguientes ediciones.





lunes, 19 de diciembre de 2011

Leyendas de Hadas





Rosanela


El conde de Caylus
Inconstante, voluble, infiel… todas estas son palabras que describen a alguien que no puede mantenerse fiel a un solo amor, alguien que siempre encuentra a alguien nuevo de quien enamorarse. Pero, ¿qué sucede cuando un príncipe irremediablemente voluble conoce a una princesa a la que nadie puede resistir?

Todos saben que, aunque las hadas viven cientos de años, algunas veces mueren. En especial porque pasan un día de cada semana convertidas en algún animal y entonces, claro está, están expuestas a sufrir accidentes. Fue así que un día la muerte se llevó a la reina de las hadas y fue necesario elegir a una nueva soberana. Después de mucho discutirlo, parecía que la elección estaba entre dos hadas, una llamada Surcantina y la otra llamada Paridamia. Y sus razones eran tan similares que era imposible elegir a una sobre la otra. Al final, la corte de las hadas decidió que aquellas de las dos que mostrara al mundo la mayor de las maravillas, sería la reina. Sin embargo, tenía que ser un tipo especial de maravilla. No se trataba de mover montañas ni ninguno de esos tipos de trucos tan comunes que hacen las hadas. Por tanto, Surcantina decidió que ella crearía un príncipe al que nada pudiera hacer fiel y constante a un solo amor. Mientras tanto. Paridamia decidió mostrar a los asombrados mortales, una princesa tan encantadora que nadie pudiera verla sin enamorarse perdidamente de ella. Tenían permitido tomarse su tiempo, mientras tanto, las cuatro hadas más viejas se encargarían de atender los asuntos del reino.




Ahora bien, Paridamia era amiga, desde hacía mucho tiempo del rey Bardondon, que era el monarca más noble y cuya corte era el modelo a seguir para todas las demás. Su reina, Balanice, también era una mujer encantadora. De hecho sería muy difícil encontrar a una pareja tan bien avenida como ellos.

Los reyes tenían una hijita, al a que habían llamado Rosanela, porque tenía un lunar rosado en la garganta.

La noche siguiente a la reunión de las hadas, la reina Balanice despertó con un grito y cuando sus damas de honor fueron a ver qué le ocurría, descubrieron que había tenido un terrible sueño.

- Soñé – dijo – que mi hijita se había convertido en un ramo de rosas y que mientras la tenía en brazos, de pronto bajaba un pájaro del cielo y me la arrebataba. Manden a alguien a ver que la princesa esté bien – ordenó la reina.

Y así lo hicieron, pero solo encontraron una cuna vacía. Buscaron por todas partes, pero no encontraron ni rastro de la niña. La reina estaba inconsolable de pena, lo mismo que el rey, pero él, siendo hombre, no demostraba tanto sus sentimientos. Entonces, el rey le sugirió a Balanice que pasaran algunos días en su palacio en el campo, y ella aceptó porque, en su pena, ya no disfrutaba de los placeres de la ciudad. Una tarde de verano, mientras estaban sentados, juntos en un césped con forma de estrella del que salían doce espléndidas avenidas bordeadas de árboles, la reina vio que por cada una de ellas venía una encantadora niña campesina, llevando una canasta con gran cuidado. Conforme cada niña iba llegando hasta la reina, dejaba la canasta a sus pies y le decía:

- Querida reina, espero que con esto disminuya en algo su tristeza.

La reina abrió rápidamente las canastas y encontró en cada una de ellas una encantadora bebita, como de la misma edad de la princesa por la que penaba tanto. Al principio, ver a las bebitas hizo que la reina se sintiera peor, pero las nenas eran tan encantadoras que comenzó a quererlas y, cuidando de ellas, olvidó un poco su tristeza. Les proporcionó doncellas, cunitas y damas de honor y envió a buscar por todas partes columpios, muñecas y trompos.

Lo curioso era que cada bebita tenía en la garganta una diminuta mancha rosada. La reina encontró tan difícil decidir el nombre más apropiado para cada una que, mientras los elegía, asigno a cada bebé un color especial: rosado para una, morado para otra, y así sucesivamente, de modo que cuando estaban juntas parecían una pradera en flor. Conforme iban creciendo, se hizo evidente que aunque todas eran muy inteligentes, eran muy distintas en carácter, tanto así que poco a poco dejaron de llamarlas “Rubí” o “Violeta” o cualquiera que fuera su color, y la reina sólo preguntaba: “¿Dónde está mi niña Dulce?” o “¿Dónde está mi niña Amable?” o “¿Dónde está mi niña Feliz?”

Por supuesto que ton tantos encantos, tenían enamorados por montones. No sólo en la propia corte, sino príncipes que venían de muy lejos, atraídos por los rumores que llegaban hasta sus tierras; pero aquellas adorables muchachas, las primeras damas de honor, eran tan sensatas como hermosas y no favorecían a ningún pretendiente.

Pero volvamos ahora con Surcantina. Ella había elegido al hijo de un rey que era primo de Bardondon para que fuera su príncipe inconstante. Antes que nada, en su bautizo le había dado al príncipe todas las gracias de cuerpo y mente que un príncipe pudiera necesitar, pero ahora había redoblado sus esfuerzos y no escatimaba en nada para añadir todo tipo de encanto y fascinación imaginables. Así que, sin importar si él estaba molesto o contento, muy bien ataviado o vestido con sencillez, serio o frívolo, ¡siempre era perfectamente irresistible! La verdad era que se trataba de un joven encantador, ya que el hada le había dado el mejor corazón del mundo, además de la mejor cabeza y no había dejado nada qué desear, excepto fidelidad. Porque no puede negarse que el príncipe Mirliflor le gustaban todas las chicas, y era más inconstante que el viento. Para cuando cumplió los dieciocho años, no había en el reino de su padre un corazón que no hubiera conquistado…¡Todos eran suyos y él estaba cansado de todos! Así estaban las cosas cuando fue invitado a visitar la corte del primo de su padre, el rey Bardondon.

Imaginen sus sentimientos cuando al llegar le presentaron a las doce de las más encantadoras criaturas del mundo, y les gustó a todas de la misma manera en la que cada una de ellas le gustó a él. La situación llegó al punto en que el príncipe no estaba contento a menos que pasara cada momento con todas ellas. Porque , ¿cómo podría susurrar dulces palabras a Dulce y reír con Alegría sin contemplar también a Bella? Y en sus momentos más serios, ¿qué había más agradable que charlar con Considerada en algún césped sombreado mientras tomaba entre sus manos la mano de Amorosa y todas las demás estaban cerca de él? Por primera vez en su vida, realmente estaba enamorado, pero el objeto de su devoción no era una sola persona, sino doce, y a todas las quería igual. Hasta Surcantina consideró que aquello era, en efecto, el colmo de la inconstancia. Pero Paridamia no dijo nada. Un día, la reina, dio una gran fiesta en el jardín y cuando los invitados estuvieron todos reunidos y el príncipe Mirliflor repartía sus atenciones ente las doce bellezas, se oyó de pronto el zumbido de un enjambre e abejas. Las doce doncellas, atemorizadas, comenzaron a alarmarse y se alejaron del resto del grupo. De inmediato, y para horror de todos los presentes, las abejas las persiguieron y se multiplicaron hasta ser un enjambre enorme que se lanzó sobre las doncellas y las elevó por los aires. En cuestión de un instante, doncellas y princesas desaparecieron. Aquel extraordinario suceso sumió a la corte en una profunda tristeza; el príncipe Mirliflor, en un principio, dejó transpirar una violenta pena, pero poco a poco cayó en un estado de tal desconsuelo que se temió que si nada lo sacaba de él, seguramente moriría.

Surcantina acudió a toda prisa a ver qué podía hacer por el pobre príncipe, pero él rechazó con desprecio todos los retratos de las encantadoras princesas que ella le ofrecía para su colección. En pocas palabras, era evidente que el príncipe estaba muy mal y el hada no tenía idea de qué hacer. Un día, mientras el joven vagaba envuelto en sus reflexiones, escuchó gritos y exclamaciones de sorpresa; y se habría podido evitar quedar tan pasmado como todos los demás: por el aire venía una carroza de cristal, aproximándose poco a poco, brillando al sol.

Seis encantadoras doncellas con brillantes alas tiraban de la carroza con unas cintas rosadas, mientras que otras, de igual belleza, sostenían largas guirnaldas cruzadas de rosas sobre ella, formando un toldo. En la carroza venía el hada Paridamia y a su lado, una princesa cuya belleza positivamente deslumbraba a quien la veía.

Al pie de la gran escalera, descendieron y se dirigieron a las habitaciones de la reina; los cortesanos corrieron a ver esta maravilla, y se reunió una gran multitud hasta que se hizo muy difícil avanzar y por todas partes se escuchaban exclamaciones de asombro ante la belleza de aquella extraña princesa.

- Gran reina – dijo Paridamia -, déjame devolverte a tu hija, Rosanela, a quien tomé alguna vez de su cuna.

La reina estaba encanta, pero después de pasados los primeros momentos de alegría, la reina le preguntó a Paridamia:

- Pero ¿y mis doce adoradas doncellas? ¿Las he perdido para siempre? ¿Nunca volveré a verlas?
- ¡Muy pronto dejarás de extrañarlas! – respondió Paridamia en un tonto que claramente significaba que no quería más preguntas. Luego subió a toda prisa a su carroza y desapareció.

La noticia de la llegada de aquella hermosa prima llegó pronto al príncipe, pero él no tenía ánimos para ir a verla. Sin embargo, llegó el momento en que le fue imposible no ir a presentarle sus respetos y no bien había pasado cinco minutos en su presencia, cuando ya le parecía que la chica combinaba en su encantadora persona todos los dones y gracias que tanto le habían atraído en las doce damas cuya pérdida tanto le había dolido.

Y después de todo, realmente es más satisfactorio estar enamorado de una sola persona a la vez. Y así sucedió que antes de darse cuenta de lo que ocurría, estaba pidiéndole a su adorable prima que se casara con él; en el momento que aquellas palabras dejaron sus labios, Paridamia apareció con una sonrisa de triunfo, en la carroza de la reina de las hada, ya que para entonces todos sabían de su gran éxito y habían declarado que el reino era suyo. Había tenido que contar cómo se había robado a Rosanela y había dividido su persona en doce partes para que cada una de ellas encantara al príncipe Mirliflor y para que, una vez reunidas en una sola persona, curaran su inconstancia y veleidad de una vez por todas.

Y como una prueba más de la fascinación que causaba Rosanela, puedo decirles que incluso la derrotada Surcantina le envió un regalo de bodas y asistió a la ceremonia, que se celebró tan pronto como los invitados pudieron llegar. El príncipe Mirliflor fue fiel a su adorada Rosanela durante el resto de su vida. ¿Y quién en su lugar no hubiera hecho lo mismo?

En cuanto a Rosanela, lo amó lo mismo que todas las doce doncellas juntas y así reinaron en paz y felicidad hasta el fin de sus largas vidas.

1 comments:

Anónimo dijo...

mmmmmmmmmmmuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuyyyyyyyyyyyyyyyyyyy larga pero vale la ena

Publicar un comentario

Comparte & Disfruta

Twitter Delicious Facebook Digg Stumbleupon Favorites More