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jueves, 12 de agosto de 2010

Bicentenario de Argentina


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Aunque parece evidente, como veremos a continuación, que no puede asignarse a un día y a un hecho puntual la carga simbólica de la independencia y constitución de la Argentina libre y soberana, hay quienes consideran el 9 de julio de 1816, fecha de la declaración de la independencia, como ícono del nacimiento del país, y otros, a la fecha del 25 de mayo de 1810. Uno de los motivos del debate tiene que ver con el hecho de que hay quienes consideran que la Revolución de Mayo fue un acontecimiento protagonizado solo por Buenos Aires mientras que la Declaración de la Independencia fue un acto que contó con la activa participación de las provincias. Parece claro, eso sí, que la Revolución de Mayo es la celebración del inicio de una serie de acontecimientos que desembocaron en la formalización de la independencia en 1816. Este año 2010 se cumplieron 200 años de la Revolución de Mayo, lo que motivó las celebraciones del Bicentenario de la República de Argentina.

Las causas externas, como las de todos los procesos independentistas de América en esta época:

-la declaración de Independencia de los Estados Unidos de 1776 sirvió de ejemplo para lo criollos de que una revolución e independencia eran posibles.

-la difusión de los ideales de la revolución francesa de 1789, en la cual una asamblea popular finalizó con siglos de monarquía y la supresión de los privilegios de los nobles.

-el intento fallido de conquista por parte de Gran Bretaña a las colonias españolas para obtener materias primas.

-las Guerras Napoleónicas en Europa, que desestabilizaron la monarquía en España.

Así también las causas internas:

-el monopolio establecido por España al comercio exterior.

-la organización política, donde el ejercicio de las instituciones residentes recaía en funcionarios designados por la corona, casi exclusivamente españoles provenientes de Europa, sin vinculación con los problemas e intereses americanos.

El nombre de este país proviene del latín “Argentum” que significa plata, y está asociado a la leyenda de la Sierra de la Plata, común entre los primeros exploradores europeos de la región, tanto españoles como portugueses. Argentina fue descubierta en 1502 por la expedición portuguesa de Américo Vespucio. Sin embargo, fueron los españoles quienes se asentaron en el territorio.

El fuerte de Sancti Spiritu fue el primer asentamiento español, instalado en 1527 cerca de la actual ciudad de Santa Fe. Las ciudad de Buenos Aires se fundó en 1536 por Pedro de Mendoza, pero fue arrasada por los nativos en 1541 y refundada en 1580 por Juan de Garay. Ésta ciudad, junto con Santiago del Estero, fundada en 1553, y Córdoba, en 1573, fueron las bases del establecimiento colonial que se impuso en la mitad norte del actual territorio argentino, sujeto a la autoridad de la Corona Española, con el nombre de “la Gobernación del Río de la Plata”.

Durante la mayor parte del periodo colonial, el territorio argentino dependió del Virreinato del Perú, hasta que en 1776,durante el reinado de Carlos III de España, comenzó a formar parte del Virreinato de la Plata. La ciudad de Buenos Aires fue designada como su capital con la idea de resistir mejor a un eventual ataque portugués y para tener un acceso más fácil a España a través de la navegación atlántica.

En 1780 se produjo un gran levantamiento indígena con epicentro en el Cuzco, dirigido por el Inca Túpac Amaru II, que abarcó desde el actual territorio argentino hasta el actual territorio colombiano. Gran parte de la Patagonia y las pampas permanecieron bajo el control de diferentes pueblos indígenas: principalmente Tehuelches y Mapuches en la Patagonia y Ranqueles en la llanura pampeana hasta el último cuarto del siglo XIX. Asimismo, los territorios de la región chaqueña no fueron colonizados por los europeos, sino que permanecieron habitados por pueblos autóctonos como los Tobas, Mocovíes, Pilagás y Wichís hasta principios del siglo XX.

La rivalidad entre los habitantes nacidos en la colonia y los de España Europea dio lugar a una pugna entre los partidarios de la autonomía y quienes deseaban conservar la situación establecida. Aquellos a favor de la autonomía se llamaban a si mismos patriotas, americanos, sudamericanos o criollos, mientras que los partidarios de la realeza española se llamaban a si mismos realistas. Los patriotas eran señalados despectivamente por los realistas como insurgentes, facciosos, rebeldes, sediciosos, revolucionarios, descreídos, herejes o libertinos; mientras que los realistas eran tratados a su vez en forma despectiva como sarracenos, godos, gallegos, chapetones, matuchos, o maturrangos.

Una alternativa considerada antes de la revolución fue apoyar la intención de la infanta Carlota Joaquina de Borbón, hermana de Fernando VII, para que se pusiera al frente de todas las colonias españolas como regente. Estaba capacitada para hacerlo por la derogación de la Ley Sálica en 1789,y su intención sería prevenir un posible avance francés sobre las mismas. El intento no fue apoyado por los españoles peninsulares, pero sí por algunos núcleos revolucionarios que veían en ello la posibilidad de independizarse en los hechos de España. Entre ellos se encontraban Castelli, Beruti, Vieyetes y Belgrano; otros revolucionarios como Mariano Moreno o Juan José Paso estaban en desacuerdo. Sin embargo, la propia infanta renegó de tales apoyos, y denunció al virrey las motivaciones revolucionarias contenidas en las cartas de apoyo que enviaron.

En los años 1806 y 1807 tuvieron lugar las Invasiones Inglesas, y en ambas, el militar francés Santiago de Liniers lideró a las tropas que expulsaron a las fuerzas británicas. La primera fue al mando de tropas de la Banda Oriental, y la segunda fue dirigiendo tropas del Regimiento Fijo de Buenos Aires y batallones milicianos formados por numerosos criollos, tanto porteños como provenientes del Interior (principalmente, de Asunción del Paraguay y de Córdoba), además de indígenas y hasta esclavos negros. Una de las principales milicias, que luego tendría un importante peso político, fue el Regimiento de Patricios, liderado por Cornelio Saavedra.

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La voluntad popular precipitó la destitución del virrey Rafael de Sobremonte para, a continuación, elegir como virrey a Santiago de Liniers, convertido en héroe de la reconquista y la defensa, a diferencia de Sobremonte, que durante el ataque había huído rumbo a Córdoba con el erario público. Aunque este lo hizo obedeciendo una ley que indicaba que en caso de un ataque exterior se debían poner a resguardo los fondos reales, dicha acción lo hizo aparecer como un cobarde a los ojos de la población. Los principales líderes de estas milicias se convirtieron rápidamente en una nueva élite de poder en la ciudad de Buenos Aires, ingresando como miembros del Cabildo, hasta entonces formado exclusivamente por españoles.

La victoria contra las tropas inglesas alentó los ánimos independentistas, ya que el virreinato había logrado defenderse solo de un ataque externo, sin ayuda de España.

Aunque Liniers gobernaba en nombre de España, la destitución de un virrey por presión popular era un hecho inédito en la historia de América. Tanto este hecho como la derrota de los ejércitos británicos, dieron un gran prestigio a Buenos Aires, que ganó un carácter de “hermana mayor” ante las demás provincias.

Sin embargo, la gestión de Liniers comenzó a recibir cuestionamientos. El principal adversario político de Liniers, el gobernador de Montevideo, Francisco Javier de Elío, las canalizó en una denuncia sobre el origen francés de Liniers, argumentando que era inaceptable que un compatriota de Napoleón Bonaparte, en guerra con España en ese entonces, ocupara el cargo. Pero no pudo brindar pruebas concretas de que el virrey complotara con los franceses. De Elío se negó a reconocer la autoridad de Liniers y formó una junta de gobierno en Montevideo, independiente de la de Buenos Aires.

El alcalde y comerciante español afincado en Buenos Aires, Martin de Álzaga, y sus seguidores, hicieron estallar una asonada con el objetivo de destituir a Liniers. El 1 de enero de 1809, un cabildo abierto exigió la renuncia del virrey y designó una junta a nombre de Fernando VII presidida por Álzaga; las milicias españolas y un grupo de personas convocados por la campana de cabildo apoyaron la rebelión.

Las milicias criollas encabezadas por Cornelio Saavedra rodearon la plaza, provocando la dispersión de los sublevados. Los cabecillas fueron desterrados y los cuerpos militares disueltos. En consecuencia, el poder militar quedó en manos de los criollos que habían sostenido a Liniers y la rivalidad entre criollos y españoles peninsulares se acentuó. Los responsables del complot fueron desterrados a Carmen de Patagones, y posteriormente rescatados por Elío y llevados a Montevideo.

En 1810 confluyeron varios sectores con diferentes opiniones sobre cual debía ser el camino a seguir en el virreinato. Una situación análoga a la que se estaba viviendo había sucedido un siglo antes, durante la guerra de sucesión entre los Austrias y los borbónicos, en la que durante 15 años las colonias no sabían a quién reconocer como ley legítimo. En aquella oportunidad, una vez que se instaló a Felipe V en el trono español, los funcionarios de las colonias lo reconocieron y todo volvió a su curso. Probablemente en 1810, los españoles creían que bastaba con formar una junta y esperar a que en España retornara la normalidad.

En España la Junta Central de Sevilla decidió terminar con los enfrentamientos en el Río de la Plata, reemplazando a Liniers por Don Baltasar Hidalgo de Cisneros, quien arribó a Montevideo en junio de 1809. Javier de Elío aceptó la autoridad del nuevo virrey y disolvió la Junta de Montevideo, volviendo a ser gobernador de la ciudad. Cisneros rearmó las milicias españolas disueltas tras la asonada contra Liniers e indultó a los responsables de las mismas.

En el plano económico, ante las dificultades y costos del comercio con España, Cisneros aceptó la propuesta de Mariano Moreno e instauró el 6 de noviembre de 1809 el libre comercio con las demás potencias. Los principales beneficiados eran Gran Bretaña y los sectores ganaderos que exportaban cueros. Sin embargo, los comerciantes que se beneficiaban del contrabando exigieron que se anulara el libre comercio, y Cisneros accedió para no perder su apoyo. Pero esto provocó que los ingleses reclamaran una revisión a la medida, haciendo valer el carácter de aliados contra Napoleón. Mariano Moreno también criticó la anulación, formulando la Representación de los Hacendados, la cual es considerada como el informe económico más completo de la época del virreinato. Cisneros resolvió finalmente otorgar una prórroga al libre comercio, la cual finalizaría el 19 de mayo de 1810.

El 25 de noviembre de 1809 Cisneros creó el Juzgado de Vigilancia Política, con el objetivo de perseguir a los afrancesados y a aquellos que alentaran la creación de regímenes políticos que se opusieran a la dependencia de América de España. Esta medida y un bando emitido por el virrey previniendo al vecindario de “díscolo que extendiendo noticias falsas y seductivas, pretenden mantener la discordia”, les hace pensar a los porteños que bastaba sólo un pretexto formal para que estallase la revolución.

El 14 de Mayo de 1810 arribó al puerto de Buenos Aires la goleta de guerra británica HMS Mistletoe procedente de Gibraltar, con periódicos del mes de enero que anunciaban la disolución de la Junta de Sevilla al ser tomada esa ciudad por los franceses, que ya dominaban casi toda la Península, señalando que algunos diputados se habían refugiado en la isla de León, en Cádiz. El 17 se conocieron en Buenos Aires noticias coincidentes llegadas a Montevideo el día 13 en la fragata británica HMS John Paris. Se había constituido un Consejo de Regencia de España e Indias, pero ninguno de los dos barcos transmitió esta noticia. Cisneros intentó ocultar las notiicas estableciendo una rigurosa vigilancia en torno a las naves de guerra británicas e incautando todos los periódicos que desembarcaron de los barcos, pero uno de ellos llegó a manos de Manuel Belgrano yde Juan José Castelli. Éstos se encargaron de difundir la noticia, que ponía en entredicho la legitimidad del virrey, nombrado por la Junta caída.

También se puso al tanto de las noticias a Cornelio Saavedra, jefe del regimiento de Patricios, que en ocasiones anteriores había desaconsejado tomar medidas contra el virrey. Saavedra consideraba, desde un punto de vista estratégico, el momento ideal para proceder con los planes revolucionarios sería el momento en el cual las fuerzas napoleónicas lograran una ventaja decisiva en su guerra contra España. Al conocer las noticias de la caída de la Junta de Sevilla, Saavedra consideró que el momento idóneo para llevar a cabo acciones contra Cisneros había llegado. El grupo de Castelli se inclinaba por la realización de un cabildo abierto, mientras los militares criollos proponían deponer al virrey por la fuerza.

El 18 de Mayo, Cisneros realizó una proclama en donde reafirmaba gobernar en nombre del rey Fernando VII, para intentar calmar los ánimos. Mientras, el grupo revolucionario principal, se reunió esa noche en la casa de Nicolás Rodríguez Peña, y llamaron con urgencia a Cornelio Saavedra, quien se hallaba en San Isidro. En esa reunión decidieron solicitar al virrey la realización de un cabildo abierto para determinar los pasos a seguir por el virreynato. Para esa comisión, fueron designados Juan José Castelli y Martín Rodríguez.

El 20 de Mayo se reunieron con el virrey a fin de discutir la realización de un cabildo abierto. El virrey les recordó que habían jurado fidelidad a su autoridad, a Su Majestad Fernando VII y a la patria. Saavedra le respondió que de acuerdo a las noticias recibidas, no reconocen a Cádiz y la isla de León como España, que no quieren seguir la suerte de España y ser dominados por los franceses, que quien le dio autoridad al virrey ya no existe, y que por lo tanto no reconocen al virrey como autoridad, y que no cuente con sus fuerzas militares. Después de eso, el virrey permitió que realizaran un cabildo el día 22 de Mayo.

El cabildo abierto se prolongó desde la mañana hasta la medianoche, cuyo tema principal fue la legitimidad o no del gobierno y de la autoridad del virrey. El principio de la retroversión de la soberanía planteaba que, desaparecido el monarca legítimo, el poder volvía al pueblo, y que éste tenía derecho a formar un nuevo gobierno.

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Hubo dos posiciones principales enfrentadas: los que consideraban que la situación debía mantenerse sin cambios, respaldando a Cisneros en su cargo de Virrey, y los que sostenían que debía formarse una junta de gobierno en su reemplazo, al igual que en España. No reconocían la autoridad del Consejo de Regencia argumentando que las colonias en América no habían sido consultadas para su formación. El debate abarcó también la rivalidad entre criollos y españoles peninsulares, ya que quienes proponían mantener al virrey consideraban que la voluntad de los españoles debía primar por sobre la de los criollos.

Hubo diversas opiniones, en cuanto a que el poder debía seguir en manos de los españoles, en que el poder debía entregarse al cabildo en forma provisional, en que el poder debía ya quedar en manos del cabildo en forma definitiva, en aguardar a enterar primero a las otras ciudades del virreynato, en tomar la decisión con el carácter de “hermana mayor” y solicitarles a las otras ciudades su postura a la brevedad posible. Saavedra propuso que se delegara el mando en el cabildo hasta la formación de una junta de gobierno, en el modo y forma que el cabildo estimara conveniente, haciendo resaltar la frase “no quede duda de que el pueblo es el que confiere la autoridad o mando”. A la hora de la votación, esta fue la postura que acabó imponiéndose.

El día 24 de Mayo el cabildo conformó la nueva junta que debía mantenerse hasta la llegada de los diputados del resto del virreinato, en la que se nombraba a Baltasar Hidalgo de Cisneros, el virrey destituido, como Presidente y Comandante de armas, y como vocales a los criollos Cornelio Saavedra y Juan José Castelli y a los españoles Juan Nepomuceno Solá y José Santos Incháurregui. Los cabildeantes consideraban que con esta fórmula contendrían las amenazas de revolución que tenían lugar en la sociedad. Además, se incluyó un reglamento constitucional de trece artículos, que regiría al accionar de la Junta. Entre los principios incluidos, se preveía que la Junta no ejercería el poder judicial, sino que sería asumido por la Audiencia; que Cisneros no podría actuar sin el respaldo de los otros integrantes de la Junta; entre otros.

Sin embargo, cuando la noticia fue dada a conocer, tanto el pueblo como las milicias volvieron a agitarse, y la plaza fue invadida por una multitud comandada por French y Beruti. La permanencia de Cisneros en el poder, aunque fuera con un cargo diferente al de virrey, era vista como una burla a la voluntad del Cabildo Abierto.

Hubo una discusión en la casa de Rodríguez Peña, donde se llegó a dudar de la lealtad de Saavedra. Castelli se comprometió a intervenir para que el pueblo fuera consultado nuevamente, y entre Mariano Moreno, Matías Irigoyen y Feliciano Chiclana se calmó a los militares y a la juventud de la plaza.

Por la noche, una delegación encabezada por Castelli y Saavedra se presentó en la residencia de Cisneros, informando el estado de agitación popular y sublevación de las tropas, y demandando su renuncia. Lograron conseguir en forma verbal su dimisión. Un grupo de patriotas reclamó en la casa del síndico Leyva que se convocara nuevamente al pueblo, y pese a sus resistencias iniciales finalmente accedió a hacerlo.

Durante la mañana del 25 de Mayo de 1810, una gran multitud comenzó a reunirse en la Plaza Mayor, actual Plaza de Mayo, liderados por los milicianos de Domingo French y Antonio Beruti. Se reclamaba la anulación de la resolución del día anterior, la renuncia definitiva del virrey Cisneros y la formación de una Junta de gobierno. Ante las demoras en emitirse una resolución, la gente comenzó a agitarse, e invadieron la sala capitular, reclamando la renuncia del virrey.

El cabildo se reunió a las nueve de la mañana y reclamó que la agitación popular fuese reprimida por la fuerza. Con este fin, se convocó a los principales comandantes, pero éstos no obedecieron las órdenes impartidas. Varios, entre ellos Saavedra, no se presentaron; los que sí lo hicieron, afirmaron que no sólo no podrían sostener al gobierno sino tampoco a sí mismos, y que en caso de intentar reprimir las manifestaciones, serían desobedecidos.

Cisneros seguía resistiéndose a renunciar, y tras mucho esfuerzo los capitulares lograron que ratificase y se formalizaran los términos de su renuncia, abandonando pretensiones de mantenerse en el gobierno. Esto, sin embargo, resultó insuficiente, y representantes de la multitud reunida en la plaza reclamaron que el pueblo reasumiera la autoridad delegada en el Cabildo abierto del día 22, exigiendo la formación de una Junta. Además, se disponía el envío de una expedición de 500 hombres para auxiliar a las provincias interiores.

La composición de la Primera Junta surge de un escrito presentado por French y Beruti y respaldado por un gran número de firmas. Los capitulares salieron al balcón para presentar directamente a la ratificación del pueblo la petición formulada. Pero, dada lo avanzada de la hora y el estado del tiempo, la cantidad de gente en la plaza había disminuido, cosa que Leyva adujo para ridiculizar la pretensión de la diputación de hablar en nombre del pueblo. Esto colmó la paciencia de los pocos que se hallaban en la plaza bajo la llovizna. A partir de este momento, “se oyen entre aquellos las voces de que si hasta entonces se había procedido con prudencia porque la ciudad no experimentase desastres, sería ya preciso echar mano a los medios de violencia; que las gentes, por ser hora inoportuna, se habían retirado a sus casas; que se tocase la campana de Cabildo, y que el pueblo se congregase en aquel lugar para satisfacción del Ayuntamiento; y que si por falta del badajo no se hacía uso de la campana, mandarían ellos tocar generala, y que se abriesen los cuarteles, en cuyo caso sufriría la ciudad, lo que hasta entonces se había procurado evitar”.

Cabe señalar que el badajo de la campana del cabildo había sido mandado retirar por el virrey Santiago de Liniers tras la asonada de Álzaga de 1809. Ante la perspectiva de violencias mayores, el petitorio fue leído en voz alta y ratificado por los asistentes. El reglamento que regiría a la Junta fue, a grandes rasgos, el mismo que se había propuesto para la Junta del 24, añadiendo que el Cabildo controlaría la actividad de los vocales y que la Junta nombraría reemplazantes en caso de producirse vacantes.

La Primera Junta quedó compuesta por Cornelio Saavedra como Presidente, y como vocales Manuel Alberti, Miguel de Azcuénaga, Manuel Belgrano, Juan José Castelli, Domingo Matheu y Juan José Larrea, y como secretarios Juan José Paso y Mariano Moreno. Todos representantes de diversos sectores de la sociedad: militares, abogados, comerciantes y clero.

Acto seguido, Saavedra habló a la muchedumbre reunida bajo la lluvia, y se trasladó al Fuerte entre salvas de artillería y toques de campana. El mismo 25, Cisneros despachó a José Melchor Lavín rumbo a Córdoba, para advertir a Santiago de Liniers lo sucedido, y reclamarle acciones militares contra la Junta.

Aunque el gobierno surgido el 25 de Mayo se pronunciaba fiel al rey español depuesto Fernando VII, los historiadores coinciden en que dicha lealtad era simplemente una maniobra política. La Primera Junta no juró fidelidad al Consejo de Regencia de España e Indias, un organismo de la Monarquía Española aún en funcionamiento, y en 1810 la posibilidad de que Napoleón Bonaparte fuera derrotado y Fernando VII volviera al trono, parecía remota e inverosímil. El propósito del engaño consistía en ganar tiempo para fortalecer la posición de la causa patriótica, evitando las reacciones que habría motivado una revolución aduciendo que aún se respetaba la autoridad monárquica y que no se había realizado revolución alguna. Sobretodo, evitando una guerra con Inglaterra, quienes en esos momentos eran aliados con España contra Napoleón Bonaparte. La maniobra es conocida como la “Máscara de Fernando VII” y fue mantenida por la Primera Junta, la Junta Grande, el primer, segundo y Tercer triunvirato, y los directores supremos, hasta la declaración de independencia de 1816.

Los diversos grupos que apoyaron o llevaron adelante la revolución no eran completamente homogéneos en sus propósitos, y varios tenían intereses dispares entre sí:

-Los criollos progresistas y los jóvenes, representados por Moreno, Castelli, Belgrano y Paso, aspiraban a realizar una profunda reforma política, económica y social.

-Los militares y burócratas, representandos por Saavedra, sólo pretendían una renovación de cargos: aspiraban a desplazar a los españoles del ejercicio exclusivo del poder, pero heredando sus privilegios y atribuciones.

-Los comerciantes y hacendados subordinabas la cuestión política a las decisiones económicas, especialmente las referidas a la apertura o no del comercio con los ingleses.

Estos grupos trabajaron juntos para el fin común de expulsar a Cisneros del poder, pero al conformarse la Primera Junta comenzaron a manifestar sus diferencias internas.

En la revolución no intervinieron factores religiosos, debido a que todas las corrientes revolucionarias y realistas coincidían en su apoyo a la religión católica. Aun así, la mayor parte de los dirigentes eclesiásticos se oponían a la revolución.

Ni el consejo de Regencia, ni los miembros de la Real Audiencia ni la población española proveniente de Europa creyeron la premisa de la lealtad al rey Fernando VII, y no aceptaron de buen grado la nueva situación. Los miembros de la Audiencia no quisieron tomar juramento a los miembros de la Primera Junta, y al hacerlo, lo hicieron con manifestaciones de desprecio. El 15 de junio, los miembros de la Real Audiencia juraron fidelidad en secreto al Consejo de Regencia y enviaron circulares a las ciudades del interior, llamando a desoír al nuevo gobierno. Para detener sus maniobras la Junta convocó a todos los miembros de la audiencia, al obispo Lué y Riega y al antiguo virrey Cisneros, y con el argumento de que sus vidas corrían peligro fueron embarcados en el buque británico Dart. Su capitán Marcos Brigut recibió instrucciones de Larrea de no detenerse en ningún puerto americano, y de trasladar a todos los embarcados a las Islas Canarias. Tras la exitosa deportación de los grupos mencionados, se nombró una nueva Audiencia, compuesta íntegramente por criollos leales a la revolución.

Con la excepción de Córdoba, las ciudades que hoy forman parte de la Argentina respaldaron a la Primera Junta. El Alto Perú no se pronunciaba en forma abierta, debido a los desenlaces de las revoluciones en Chusquisaca yLa Paz de poco antes. El Paraguay estaba indeciso. En la Banda Oriental se mantenía un fuerte bastión realista, así como en Chile.

Santiago de Liniers encabezó una contrarrevolución en Córdoba, contra la cual se dirigió el primer movimiento militar del gobierno patrio. Montevideo estaba mejor preparada para resistir un ataque de Buenos Aires, y la Cordillera de los Andes establecía una efectiva barrera natural entre los revolucionarios y los realistas en Chile, por lo que no hubo enfrentamientos militares en Chile hasta la realización del Cruce de los Andes por José de San Martín y el Ejército de Los Andes algunos años después. A pesar del alzamiento de Liniers y su prestigio como héroe de las Invasiones Inglesas, la población cordobesa en general respaldaba la revolución, lo cual llevaba a que el poder de su ejército se viera minado por deserciones y sabotajes.

El alzamiento contrarrevolucionario de Liniers fue rápidamente sofocado por las fuerzas comandadas por Francisco Ortíz de Ocampo. Sin embargo, una vez capturados, Ocampo senegó a fusilar a Liniers, ya que había peleado junto a él en las Invasiones Inglesas, por lo que la ejecución fue realizada por Castelli.

Luego de sofocar dicha rebelión se procedió a enviar expediciones militares a las diversas ciudades del interior, reclamando apoyo para la Primera Junta. Se reclamó el servicio militar a casi todas las familias, tanto pobres como ricas, ante lo cual la mayor parte de las familias patricias decidían enviar a sus esclavos al ejército en lugar de a sus hijos. Esta es una de las razones de la disminución de la población negra en Argentina.

La Primera Junta amplió su número de miembros incorporando en sí misma a los diputados enviados por las ciudades que respaldaban a la Revolución, tras lo cual pasó a ser conocida como la Junta Grande.

El 9 de Julio de 1816, en la ciudad de San Miguel de Tucumán, un congreso de diputados de las provincias del noroeste y centro-oeste del país y de la de Buenos Aires, junto con algunos diputados exiliados del Alto Perú, proclamó la independencia de las Provincias Unidas en Sudamérica, por fin declarándola nación libre e independiente del rey Fernando VII, sus sucesores y su metrópoli y toda otra dominación extranjera.


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