El trovador enamorado:
Macías
Existen muchas versiones sobre la historia y la leyenda de este personaje. Por algunos poetas y escritores, contemporáneos suyos, sabemos que murió a manos del esposo de su amada, después de sufrir cautiverio, y muchos le definieron como "el mártir de Cupido", y el ejemplo del enamorado fiel hasta la muerte.
Existen muchas versiones sobre la historia y la leyenda de este personaje. Por algunos poetas y escritores, contemporáneos suyos, sabemos que murió a manos del esposo de su amada, después de sufrir cautiverio, y muchos le definieron como "el mártir de Cupido", y el ejemplo del enamorado fiel hasta la muerte.
El caso es que Macías pertenecía a la escuela galaico-portuguesa del Cancionero de Baena y fue autor de hermosos poemas de temática amorosa. Era originario de Padrón, en Galicia, aunque vivió en Castilla en el siglo XV.
Una de las leyendas más conocidas en torno a él y a sus amores, es la que narraremos a continuación:
Enrique de Villena, personaje ya de por sí bastante extraño y también legendario, estaba casado con María de Albornoz. Ambos pertenecían a familias de la nobleza castellana del momento, que matrimoniaron por cuestiones de interés, dinástico o económico. Como en la mayoría de estas uniones no existía el más mínimo cariño, sino que más bien se despreciaban el uno al otro.
Sin embargo, al servicio de la casa Villena-Albornoz estaba Macías, enamorado desde siempre de doña María, a la que siguió después de su boda, logrando ganarse la confianza del esposo que le tenía en gran estima. Doña María correspondía a la adoración del trovador, que le dedicaba ardientes rimas hablándole de amor y menudeaban los encuentros secretos entre ambos, lo que vino a desembocar en un sentimiento mutuo y compartido.
Y sucedió que don Enrique estaba empeñado en conseguir el maestrazgo de la Orden de Calatrava, cuyo poder era muy grande en Castilla, pero para obtener tal dignidad, debía ser soltero o viudo y ninguna de estas dos circunstancias se daban en el estado de Enrique. Lo mejor era deshacerse de la esposa, lo cual no era fácil, pues el linaje de los Albornoz era poderoso y un divorcio le habría ocasionado numerosos problemas. También podía recurrirse al asesinato, pero para ello se necesitaba alguien lo suficientemente discreto y afecto a su causa. Pensó en Macías, y así se lo comunicó, ante el espanto del enamorado trovador que se negó en redondo.
No obstante, Enrique persistió en su empeño y sobornó a seis sicarios para que secuestrasen a María, haciendo público, al cabo de unos días, que, en bosque cercano se habían encontrado las ropas ensangrentadas de su esposa, lo que bien a las claras demostraba que había muerto. Él podía considerarse oficialmente viudo y libre para acceder al puesto deseado.
Los rumores que existían sobre los amores de Macías y de María y así como la necesidad de silenciar a alguien que conocía sus propósitos, hicieron que el trovador fuese apresado y encarcelado en un castillo de Arjonilla, cerca de Jaén, propiedad de don Enrique. Allí estaba también encerrada doña María de Albornoz.
En celdas separadas y encerrados de por vida, los amantes no tardaron en saber el uno del otro, y Macías seguía cantándole dulces sonatas de amor a su amada. Se dice que hasta los duros carceleros sentían pena de aquellas dos almas, hundidas en la miseria y en el hambre, y lo que es todavía peor, ¡tan cerca y tan lejos el uno del otro!
Don Enrique, al cabo de algún tiempo, fue a Arjonilla para asegurarse de que sus dos presas yacían sepultados en aquel lóbrego lugar que pronto acabaría con ellos. Cuando supo que, a pesar de tanta desgracia, Maclas y María seguían amándose, él mismo penetró en la celda de Macías y lo mató a lanzazos.
Esta muerte parece que afectó a la mente de Enrique, que siempre fue bastante extraña. Logró el maestrazgo de Calatrava, pero lo perdió por sus rarezas y se dio a la bebida y al juego llegando a perder cuanto poseía. El rey Juan II, viendo al estado que había llegado, le otorgó el señorío de Iniesta, compadecido de su miseria y extravío.
Doña María, según algunos, regresó a sus posesiones de Cuenca, pero el decir popular da otra versión. Durante varios años, se vio a una mujer, una mendiga, rondando por el castillo de Arjonilla. Pasaba días enteros junto a sus muros, mientras la chiquillería le tiraba piedras, y le hacía burla. Otras veces entraba en la iglesia en la que estaba enterrado Macías y durante horas se postraba sobre la lápida que cerraba el sepulcro, hasta que un día, cuando el sacristán la fue a echar de la iglesia porque era la hora de cerrar el templo, se encontró con que la mujer estaba muerta, con los labios pegados sobre la inscripción en la que podía leerse:
Aquí yace Macías el Enamorado
A muchos no les cupo duda de que aquella pobre mujer, aquel despojo humano, era doña María que nunca pudo superar la trágica muerte de su amor. Se arrastró por la vida, ausente de la realidad, esperando que la muerte misericordiosa se acordase de ella y la llevase a reunirse con el poeta enamorado.
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