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jueves, 26 de agosto de 2010

Asesina de sueños 06



¿Alguna vez te has equivocado tanto, que quisieras retroceder el tiempo, y deshacer tus errores para continuar viviendo con la frente en alto? ¿Y sigues con frustración porque no has podido hacerlo? Pues no te quejes. ¿O de que forma esperabas aprender? Sólo cayéndote puedes aprender a levantarte. Aprende de tus errores, no los vuelvas a cometer, y siéntete afortunado de que son tus errores los que marcan tu vida, y que aún con ellos sigues viviendo. Agradece tu fortuna, pues tu vida no la controlo yo, la asesina de los sueños.

El capítulo de hoy se titula: Puedes correr, pero no esconderte.

Con nostalgia, Candy cerró el ventanal, lentamente cerró también las cortinas y se recostó de la manera que estaba vestida en la cama de su nueva habitación. Suspiró profundamente, decepcionada de saber que las cosas no estaban resultando tan bien como esperaba.

Hacía solamente tres días que había llegado a Londres e ingresado en el Real Colegio San Pablo, y ella, que ansiaba con toda su alma llegar a ese lugar para olvidarse de los rumores supersticiosos que en América corrían acerca de ella, ahora comprendía que podría correr, pero nunca esconderse, pues más tardó en llegar a Londres que los rumores en alcanzarla.

El trayecto fue relativamente tranquilo, en medio del frío y la niebla del Océano Atlántico, Candy viajó con George a bordo del Mauritania, sin mayores anécdotas que la emoción que sentía por viajar tan lejos por mar por primera vez en su vida, y el encuentro en la cubierta del barco con un chico que de lejos le dio cierto aire a Anthony, pero ya de cerca no se le parecía en nada, así que no fue importante para ella.

Cuando llegó a Londres, los chicos esperaban con ansias por su llegada en el puerto, y Candy emocionada los vió junto con George desde la cubierta, y ni bien terminó el barco de atracar corrió a su encuentro. Se abrazaron felices, y milagrosamente lograron convencer a George de que antes de llevarlos a encerrar al colegio, los dejara dar un pequeño paseo para ponerse al corriente con Candy.

Archie manifestó ser el único que había extrañado a la chica desde el día en que, sin avisar a nadie, había abandonado la mansión. Claro que Stear y Anthony le propinaron sendos golpes en los flancos por imprudente, tanto en el sentido de que todos la habían extrañado, y Anthony más que los otros, si se puede, como porque su comentario podría incomodar a Candy, pues antes de la llegada de ella a Londres, los chicos habían acordado que no harían nada por hacerla recordar los malos momentos que súbitamente se habían generado alrededor de ella.

Después de unas horas, por fin llegaron al colegio, donde una a una las decepciones se comenzaron a acumular. Primeramente, Candy se sintió abrumada por las estrictas reglas de etiqueta, pues en cuanto cruzó el umbral de la entrada, fue amonestada por retrasarse en la hora de llegada. Sin más preámbulos, fue conducida hacia la oficina de la directora del colegio, debiendo separarse de los chicos, y con una nueva amonestación instantánea por no conocer que estaba prohibido conversar en los pasillos en voz alta. Apenas empezaba a asimilar la información cuando entró a la oficina de la hermana Grey, directora de la institución, quien durante varias horas le estuvo hablando de todas las normas que regían el colegio.

Por fin en su habitación, Candy pensaba que todas las reglas y normas, por más aburridas que resultasen, podrían valer la pena, si encontraba la forma de pasar más tiempo con Stear, Archie y Anthony, cuando llamó a su habitación una jovencita que le pareció muy agradable, Patricia O´Brien, quien se ofreció a darle un recorrido por las salas comunes de la escuela.

Candy empezaba a encontrar el lado bueno, ya que esa chica parecía haberla aceptado con tal facilidad, que, pensaba Candy, parecía lo más seguro que no tendría ningún problema para adaptarse. Más pronto comprendió que se había alegrado demasiado rápido.

Durante el recorrido, Patricia, que previamente le había dicho a Candy que podría llamarla Paty, le mostraba las instalaciones de la biblioteca, y justo iban de salida, cuando la puerta se abrió y entró un grupo de chicas. Candy sintió que la sangre se le iba de golpe a la cabeza cuando reconoció entre esas chicas a Elisa Leegan.

-¡Elisa!- dijo Candy con sorpresa, justo antes de reflexionar que aunque lo hubiera deseado, no era posible tratar de esconderse, pues tarde o temprano habría sucedido esa confrontación.

-¡¿Qué haces aquí?!- preguntó con coraje la chica, a quien también le había tomado por sorpresa encontrarse de frente a alguien que hubiera deseado no volver a ver nunca en la vida.

-Ah, pero ya se conocían- interrumpió Paty sin notar la tensión entre ambas chicas.

-Claro que la conozco- dijo Elisa bastante enojada- lo suficiente para no haber creído nunca que una persona como ella fuese admitida en este colegio.

-¡Elisa!- dijo Candy gravemente, adivinando lo que estaba a punto de ocurrir.

-¡No me hables como si fueras de mi nivel!- gritó sin hacer ningún esfuerzo en contenerse-¡eres una huérfana venida a más, gracias a quien sabe que artimañas! Pero para mí siempre serás una sirvienta, la sirvienta desterrada que robó objetos de mi familia… ¡la sirvienta que asesinó a mi madre!

Al decir esto último, Elisa lloraba con rabia, y Candy no atinó a defenderse. Por si fuera poco, hubo demasiados testigos de ese encuentro, y todos miraron con repulsión a Candy.

-¡Vamos Paty!- ordenó Elisa jalando a la chica por un brazo- si sabes lo que te conviene te alejarás inmediatamente de ella.

Y se marcharon dejando a Candy en medio de miradas y rumores, que la chica no pudo soportar, y salió corriendo de la biblioteca, a pesar de que estaba prohibido correr por los pasillos. Por suerte para Candy, ninguna de las religiosas la vio en su carrera, pues eso habría ameritado una seria sanción. Y corriendo, se detuvo de pronto en un pequeño bosque, lejos de cualquier mirada indiscreta, y se tumbó sobre la hierba a llorar.

De pronto, Candy sintió una mano sobre su hombro, y asustada, se incorporó de pronto, para encontrarse, al fin, con una cara amiga.

-Supe lo que ocurrió en la biblioteca- dijo Archie, mientras la ayudaba a levantarse -pero sabes que no debes hacer caso a las intrigas de Elisa.

-Es que… -se interrumpió la chica. Su cabeza estaba demasiado desordenada. No esperaba compañía justo en ese momento, así que no encontraba nada que responderle. De lo único que estaba consciente Candy en ese momento, era que, cualquier cosa que estuviese ocurriendo alrededor de ella, la había alcanzado en Londres.

-No me digas, nada, ven conmigo, sé como alegrarte- y sonriendo, y sin dejar replicar a la chica, la tomó de la mano y la condujo por unos cuantos metros, hasta llegar junto a Stear y Anthony, que sonrientes esperaban por la chica.

Tan solo de verlos, Candy comenzó a sentirse mejor, pues en los rostros de ellos no había dudas, ni recelos, no había sombra alguna que indicara que los rumores sobre Candy les afectaban del mismo modo que al resto de la gente. Esos chicos eran sus amigos, y más que eso, eran su familia.

Y ellos pensaban igual, estaban más que indignados, es cierto, pero eran capaces de hacer lo que fuera por no lastimar a Candy, y sabían que en ese momento, lo mejor era distraerla, y hacerla sentir querida, y en confianza con ellos, los únicos capaces en ese momento de aliviar sus penas.

Después de algunas horas, Candy regresó a su habitación sintiéndose mejor, sabiendo que no estaba sola, pensó que podría afrontar cualquier rumor, y que tarde o temprano, a base de fortaleza interna y oídos sordos, tal vez podría hacer que desaparecieran. Eso pensaba, cuando al abrir su puerta, se topó con una nota que alguien había deslizado. La levantó y leyó que al día siguiente debía presentarse temprano en la capilla, vestida con ropa informal. Y leyó al calce la firma de Paticia O`Brien, y pensó que tal vez, después de todo, la chica no había sido afectada por las palabras de Elisa, y que podría llegar a ser su amiga.

Pero a la mañana siguiente su nueva esperanza se volvió a derrumbar, al darse cuenta que todos los alumnos del colegio, sin excepción, asistían a la capilla con el uniforme de gala, y que la volteaban a ver y murmuraban sobre ella. Y aún más, cuando vió a Paty caminar junto a Elisa y otras chicas. Candy trató de regresar a su habitación y corregir su error, cuando la hermana Grey, la directora del colegio, la reprendió por lo incorrecto de su vestimenta, mientras todos los que la observaban se reían de ella.

Anthony, Stear y Archie, habían sido testigos de la escena, y se apenaron por Candy, y planearon buscarla al terminar la misa, pues sabían que la chica necesitaría ser animada.

Sin embargo, las oraciones duraron más de lo normal, pues de improviso, en medio de la celebración, entró un joven con una pinta mucho más informal que la de Candy. Ella, como todos, se volvió a verlo, y le sorprendió descubrir que era el mismo chico que había visto en la cubierta del barco, ese a quien torpemente había confundido con Anthony.

El chico hizo enojar a la directora y al sacerdote, pues además de tarde y desarreglado, insultó a todos los asistentes, para posteriormente salir sin hacer caso de las exigencias de tomar asiento y guardar silencio. Todos en la capilla empezaron a murmurar acerca de el chico, y Candy alcanzó a entender que se trataba de el hijo de un duque.

Al terminar la ceremonia, Candy pensó que sería mejor internarse nuevamente en el bosque del colegio, para no soportar las miradas burlonas de sus compañeros. Tenía mucho que pensar. Realmente, las cosas no estaban saliendo como esperaba. No solo los rumores la habían alcanzado, sino que la persona que más la detestaba en el mundo se había encargado de difundirlos, y de robarle la única posibilidad que hasta el momento había tenido de tener una amiga.

Le agradaba estar cerca de Anthony, Stear y Archie, era cierto, pero ahora se daba cuenta de que estaba acostumbrada a que ellos la rescataran, como en la ocasión en que conoció a cada uno de ellos, se había sentido rescatada de las maldades de Neal y Elisa. O cuando la invitaron por vez primera a un baile, y la habían tratado como una dama. O cuando habían convencido a su tío abuelo que la adoptara en la familia, rescatándola así de un largo viaje a un país desconocido donde su destino era ser sirvienta. Pero en los últimos meses no habían podido rescatarla de todas las cosas terribles que ocurrían alrededor de ella, por las cuales la culpaban todos los demás. No eran capaces ahora de rescatarla de todas las cosas que estaba segura podría planear Elisa para hacer que nunca fuera aceptada por los demás alumnos del colegio, y Candy no estaba segura cuanto tiempo podría aguantar sin desmoronarse.

Candy caminaba sin ver realmente a donde la conducían sus pasos, completamente enfrascada en sus pensamientos, cuando de pronto, tropezó con algo y cayó de bruces al suelo. Y de pronto se dio cuenta que no era algo, sino alguien, el mismo chico que había importunado en misa, quien descansaba sobre el césped, con un cigarrillo en la mano.

Por un instante, Candy pensó que el encuentro no sería tan desagradable como tratándose de cualquier otro compañero, ya que él no se había reído de ella por equivocarse de uniforme (aunque el error fue provocado), y parecía lo bastante desconectado de los demás como para seguramente no dejarse llevar por ninguna clase de rumor de los que circulaban alrededor de ella desde América. Candy se disculpó por haber tropezado con él, sin embargo, el chico fue demasiado rudo con ella, como si su sola presencia resultara ofensiva, y estaba a punto de hacerse de palabras con él, cuando de pronto Anthony, Stear y Archie aparecieron en el lugar, y el chico se marchó sin decir nada más.

-No me agrada- dijo molesto Archie mientras veían como se alejaba el muchacho.

-¿Ya lo conocías, Candy?- preguntó Stear con algo de asombro.

-Sí… de cuando venía en el barco- contestó Candy- creo que le desagradé desde que lo confundí con Anthony.

-¿Y porqué lo confundiste conmigo?- preguntó Anthony con un tono de molestia.

Candy no se atrevió a contestar que tal vez lo había confundido porque extrañaba demasiado a Anthony y deseaba verlo más que nada. Tal vez a solas se atrevería a decírselo, pensó, pero no estaba segura.

Los chicos le platicaron lo que sabían de ese muchacho. Que su nombre era Terrence Grandchester, hijo de un duque, quien se encargaba de sufragar la mayor parte de los gastos del colegio, y que seguramente por su dinero era que el chico se la pasaba probando la paciencia de la directora, sabiéndose intocable. Se notaba que a ninguno de ellos le agradaba, y Candy pensó en que a estos chicos el dinero no les cambiaba el carácter, ni su forma de valorar a las personas por ellas mismas, y de pronto se sintió mejor, pensando en que no necesitaba ser aceptada por dinero ni por rumores, sino por el cariño sincero de verdaderos amigos, y dejó de mortificarse por lo que estaba pasando en relación a Elisa y las demás chicas del colegio.

Y entonces se sintió libre para contarles a los chicos lo que había ocurrido con la nota de Paty y el uniforme, y aunque ellos se molestaron, ella les dijo que no se preocuparan, pues de pronto no le importaba tratar de encajar con gente que era como el hijo del duque de Grandchester, capaz de juzgar a la gente solo por lo que poseía y aprovecharse de eso para hacer su voluntad.

Y con esas palabras, se despidió de los chicos, prometiendo que tratarían de encontrarse en ese lugar en todos los momentos libres que tuvieran. Los chicos se asombraron de la forma en que Candy tan milagrosamente hubiera recuperado su buen ánimo, aunque decidieron que debían permanecer pendientes de ella, pues sabían que en cualquier momento, toda su fuerza de voluntad podría flaquear.

Y desafortunadamente, no se equivocaban, pues justo cuando Candy, en su versión optimista, entraba a su habitación, una de las religiosas encargada de su educación llamó a su puerta, avisando que traía correspondencia. Candy se asombró cuando vió el sobre, escrito por la Hermana María, del hogar de Pony, y lo abrió ávidamente, solo para enterarse por ese medio que la señorita Pony había fallecido justo el día en que ella decidió aceptar la propuesta de los Andley de ir a estudiar a Inglaterra.

De súbito, Candy comprendió la prisa de la señorita Pony por alejarla del hogar, por alejarla del pensamiento de que su sola presencia era capaz de causar la muerte. Y Candy lloró amargamente, por la señorita Pony, a quien tanto amaba, pues había sido una madre para ella, y porque ahora eran cinco muertes las que la rodeaban, y otra vez se convencía de que ella había sido la responsable, y tuvo temor de que en cuanto esto se supiera en el colegio los insultos y el desprecio de sus compañeros crecieran con más fuerza contra ella.

Y cansada de llorar, se quedó dormida, solo para despertarse con un grito de terror. Alguien abrió la puerta de su habitación al mismo tiempo que ella se incorporaba de la cama y se percataba de haberse quedado dormida con la misma ropa que usaba el día anterior.

-Algo terrible ha ocurrido, salga al pasillo ahora- ordenó la hermana Margaret, la encargada de los dormitorios de las chicas.

Candy salió apresuradamente, y se encontró a todas las chicas ya reunidas en el pasillo, que la miraban con odio. Y ella no acertaba a comprender como parecía que esta mañana la odiaban más que la noche anterior.

-¡Fue ella!- gritó acusadoramente Elisa -¡después de todo, estas cosas suceden solo cuando ella está cerca!

-Esa es una acusación muy grave señorita- interrumpió la hermana Margaret.

-¿Qué pasa?- preguntó Candy confundida, pues no alcanzaba a distinguir si la acusación a que se refería la hermana Margaret era sobre algo reciente o sobre algún suceso antiguo.

-¡No te hagas la que no sabes!- gritó nuevamente Elisa con impaciencia- no puedes disimularlo, su habitación está junto a la tuya, así que es lógico que fuiste tú.

-¿Su habitación?- preguntó Candy en voz baja, más para si misma que para los demás, pues no estaba entendiendo nada de lo que ocurría. Trató de recargarse en la pared, para aclarar sus ideas, cuando de pronto cayó de espaldas, y al levantarse, se dio cuenta que el espacio donde había tratado de recargarse pertenecía a una puerta que se encontraba abierta, y volteó al interior de la habitación a la cual pertenecía la puerta, y entonces entendió de que trataba la acusación, y el grito de terror con el cual se había despertado. Y ella también lanzó un grito de terror.

La habitación pertenecía, sin temor a equivocarse, a Patricia O`Brien, pues en estos momentos, se distinguía claramente que era Patricia la chica que colgaba de una cuerda, sujeta en medio de la habitación a una viga del techo, y que a leguas se notaba que llevaba muchas horas ahí, pendida sin vida, con la cuerda alrededor de su cuello roto.


-De esta no te salvas- dijo Elisa entre dientes- podrás correr, si quieres, pero nunca esconderte.

“De esta no me salvo” pensó Candy.

Continuará…


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