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miércoles, 2 de febrero de 2011

Cansada de cuidar bolsas

Cansada de Cuidar Bolsas







Si existiera un Grinch en San Valentín, estoy segura que se vería exactamente igual a mi. Simplemente, no le encuentro la diversión a la fecha. Es cierto, hubo alguna vez en mi vida en que esperaba San Valentín con ansia y el corazón rebosante en romance y sueños fantasiosos. Pero si ustedes hubieran tenido estas experiencias en San Valentín, también opinarían como yo.
Mi hermana, mi mejor amiga
Por supuesto que quiero mucho a mi hermana. Solo que si fue algo difícil crecer en constante comparación con ella. Ella es alta, yo no; ella es de tez blanca, yo no, ella es superdelgada, no importa lo que coma, yo no, aunque coma mucho menos que ella. Y claro, durante nuestros tiempos de estudiante, todos los chicos que me hablaban, era para preguntarme si mi hermana tenía novio, para preguntarme si tenían alguna posibilidad de interesarle a mi hermana, para pedirme que le entregara algún regalo a mi hermana, o para pedirme el teléfono de mi casa, para poder llamarle a mi hermana. De la gran lista de chicos, dos de ellos llegaron a gustarme, pero mis posibilidades se nulificaban por la presencia de mi hermana. De hecho, mi mejor amigo dejó de serlo cuando vio que no tenía ninguna posibilidad con mi hermana.

Los bailes escolares
Estar en la misma escuela que mi hermana, y que mi mamá considerara que ella era mucho más responsable que yo, tenía el inconveniente de que si ella quería ir a los bailes escolares, yo debía acompañarla. En la secundaria nos sentábamos las niñas por un lado, los niños por otro; ya en la preparatoria, los que ya iban de parejita se sentaban desde el inicio en la misma mesa. Sin importar la situación, mi lugar siempre era junto a mi hermana. Y la historia siempre se repetía: en cuanto algún chico se acercaba para invitarla a bailar, ella volteaba a verme diciendo "¿me cuidas mi bolsa?", sabiendo que la respuesta era sí, o sea, no tenía nada mejor que hacer. Mientras alguien más invitaba a bailar a las otras chicas de la mesa, todas volteaban a mirarme con la misma pregunta "¿me cuidas mi bolsa?". Cuando acordaba, ese era mi papel para el resto de la noche, cuidar las bolsas de todas las chicas de la mesa. Claro que ser una cuida-bolsas, tenía una ventaja: por alguna extraña razón, en cuanto el reloj se acercaba a la medianoche, alguien se acercaba para invitarme a bailar, pero siempre se trataba de un tipo en un total y rotundo estado de ebriedad, mucho mayor que yo, normalmente con la barba llena de canas, y que curiosamente era un colado desempleado amigo del portero del lugar. En ese momento yo contestaba "no puedo, estoy cuidando las bolsas".

El primer novio
Sucedió en mi último año de secundaria. Un niño de mi salón con el que nunca tuve ningún tipo de comunicación, de repente estaba interesado en ser mi novio. Yo no entendía los motivos, me parecía extraño, pues me insistía todos los días. De repente sus amigas, las niñas "nice" de la escuela, ya estaban involucradas hablándome maravillas del chico. Fue entonces que decidí dejar mis miedos a un lado y decirle al niño que sí, después de todo, ¿quién no querría ser su novia? Y fue entonces cuando todos sus amigos soltaron la carcajada frente a mí, diciendo que me había creído la broma. No me fijé bien quien le pagó a quien, solo vi lo suficiente para saber que se trataba de una apuesta.

El pretendiente compartido
Este es superinteresante. Se trataba de un chico que pretendía a mi hermana (que raro) pero que, de tanto hablar conmigo, un día se le ocurrió enviarme una carta escribiendo en ella todo lo que sentía por mí, junto con dos preciosos muñecos de peluche (uno para mi hermana, porque era su cumpleaños, y uno para mí). Me pareció algo extraño, así que omití responder su carta, esperando la siguiente ocasión que habláramos de frente para aclarar las cosas. No hizo falta, pues menos de un mes después, mi hermana me cuenta que recibió una carta del chico declarándole sus sentimientos, y preguntándome que contestarle. Estoy segura que a algunos esta actitud debe recordarles a Teddy, personaje de mujercitas que prácticamente pretende a todas las hermanas y termina casándose con Amy. Bueno, yo odio a Teddy.



 
La primer serenata
Podría ser un recuerdo maravilloso. Quiero decir, por fin tuve novio, era San Valentín, y de pronto mi sueño se ve interrumpido al escuchar voces en armonía fuera de la ventana cantando canciones románticas; creo que cualquier chica agradecería una serenata para San Valentín. Solo que siempre tengo la mala costumbre de interesarme por las motivaciones (tipo la curiosidad mató al gato). Al día siguiente, mientras mi novio me entrega una rosa que se supone iba a entregarme la noche anterior durante la serenata, le pregunté como se le había ocurrido llevármela. A lo que él, haciendo alarde de toda su honestidad, me contesta "la verdad yo ni quería salir anoche de mi casa, pero los chicos pasaron por mí, y fregaron mucho para que los acompañara a darle serenata a sus novias, ellos fueron los que organizaron todo, y cuando acordé, ya estaban en tu casa, y entonces entendí que la serenata era para ti también". Estupefacta por la respuesta tan poco romántica, decidí lamentarme con uno de sus amigos, justo con quien había organizado la serenata, el cual también se molestó al ver el poco agradecimiento de su amigo al ser incluido en el plan, y me contó que él había comprado las rosas para todas las chicas. Bueno, eso sí le agradecí al amigo, ya que nunca antes alguien había pensado en mí, por la razón que fuera, para regalarme una rosa, y para llevarme serenata. Aunque al novio lo terminé por idiota.
En fin, cada quien habla como le va en la feria, pero en lo que a mí respecta, este San Valentín desconectaré el teléfono, me encerraré a comer chocolates en todas las presentaciones que existan y haré un maratón de películas "Anti-San-Valentín". Quedan cordialmente invitados.

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