El capítulo de hoy se titula: La inexorable muerte
Al verla de lejos, solamente se percibía como una leve sombra, pues Candy estaba envuelta en un abrigo color crema, y se perdía con facilidad en la imagen del paisaje nevado. Pero no sentía más frío en el cuerpo que el que le inundaba el corazón.
Después del horrible accidente que le costó la vida a la joven sirvienta Dorothy, el día de la presentación de Candy ante la sociedad como miembro de la familia Andley quedó marcado para siempre, pues los rumores alrededor de la chica comenzaron a crecer. La servidumbre, tal vez de manera supersticiosa, repetía incesantemente que la entrada de la joven a la familia solamente acarreaba desgracias, y no consideraban una mera coincidencia el hecho de que hubieran muerto bajo ese mismo techo, aunque en circunstancias distintas, dos personas que habían entrado en contacto con la chica.
-La muerte de la señora Leegan ocurrió mientras compartía la mesa con Candy- decía una de las sirvientas más jóvenes de la casa, entre cuchicheos, al grupo que se encontraba reunido en la cocina.
-Sí, y era bien sabido que existía un odio muy fuerte entre ambas, desde que trajeron a Candy del hogar de Pony y la obligaron a ser sirvienta de Neal y Elisa- secundó una mujer de aspecto mayor, aunque de baja estatura.
-Sí Edna, tienes razón. Y ni que decir, desde que trató de mandarla a México, ¿no recuerdan que también el señor García, el dueño de la carreta, murió en el camino, junto con otras dos personas, antes que Candy viniera a esta casa?- intervino una mujer regordeta.
-Ay, pero yo no puedo creer que la señorita Candy sea la responsable- dijo una morena muy alta.
-No, pues yo tampoco lo hubiera creído, pero ya son demasiadas las cosas que están pasando alrededor de esa muchacha para ignorarlas, ¿no les parece?- dijo Edna nuevamente.
-Pero pues, Dorothy… en tal caso, ella me había dicho que la señorita Candy la quería mucho, no tenía porqué ocasionarle ningún mal- habló otra vez la morena.
-No estamos diciendo que la señorita Candy lo hiciera a propósito- intervino otra vez la mujer regordeta -pero sí decimos que la tragedia la rodea, y no tardará en alcanzarla-.
-Eso es cierto Mary, pobre chica- volvió a decir la sirvienta joven.
-Pues ahora que murió Dorothy, yo no quisiera ser la que sea encomendada a su servicio. Antes me voy de la casa de los Andley, aunque no me den referencias. Porque, además, yo sé otra cosa- dijo Edna nuevamente.
-¿Qué cosa? ¡Cuéntanos!- pidió impaciente la joven.
-Pues… ¿recuerdan a la señorita Britter?
-Sí-dijo la morena- la que cayó de un caballo en casa de los Leegan, y que dijeron que había sido culpa de Candy, ya lo había olvidado.
-Pero eso no es lo más importante en esa historia- dijo Edna.
-¿Pues que más le falta a esa historia?-pregunto Mary.
-Pues… hace poco me enteré, ustedes saben que mi hermana trabaja en la residencia de los Britter- hizo una pausa mientras las demás asentían con la cabeza- bueno, pues ella me contó, que la señorita Annie, que en paz descanse, venía del mismo orfanato que la señorita Candy.
Ante éste último comentario, todas se quedaron calladas, y Candy, que había estado escuchando detrás de la puerta, comenzó a retirarse sigilosamente a su habitación. Originalmente había estado caminando por el jardín de rosas de Anthony tratando de aclarar su mente, y al entrar a la mansión, decidió pasar por la cocina y beber un poco de agua, cuando escuchó su nombre, y debatiéndose entre la curiosidad de la conversación y la pena de interrumpir a quienes hablaban en ese momento, optó por escuchar a las sirvientas. Cuando Candy llegó hasta su habitación, sin que nadie se hubiera enterado de lo que escuchó, se tumbó en la cama y dejó que las lágrimas le escurrieran libremente, mientras pensaba en lo que escuchó en la cocina, y analizando todas las razones que las mujeres habían dado, la relación existente entre quienes hasta ese momento habían muerto a su alrededor, poco a poco se encontró sumergida en un sueño intranquilo.
Despertó de madrugada, con el cielo aún oscuro, pero ya había tomado una decisión. Necesitaba tiempo para pensar, para estar consigo misma, en un lugar donde se sintiera en confianza, donde supiera que no la veían con sospechas, esperando ser el siguiente muerto en su lista. Y sin avisarle a nadie, sin esperar el amanecer, alistó una pequeña maleta y abandonó la mansión de los Andley y tomó el primer tren que la llevaría de vuelta al hogar de Pony.
Y ahora, ahí estaba, en la cima de la Colina de Pony, con su abrigo color crema, perceptible de lejos como una leve sombra en la imagen del paisaje blanco por una nevada temprana, deseando nunca más volver a salir de ese lugar, el único ahora en que se sentía segura.
Pero la seguridad no le proporcionaba ninguna felicidad. Extrañaba tanto a los chicos, a Stear, Archie, Anthony… sobre todo a Anthony. Extrañaba su sonrisa, sus paseos y las emociones que inundaban su corazón cuando accidentalmente sus manos se rozaban. Y recordaba todos los momentos vividos en el último año, que tan abruptamente había cambiado para ella, llevándola de un hogar para huérfanos, a una residencia para trabajar como sirvienta, a un camino desconocido a otro país, a una familia como hija adoptiva, y de vuelta al hogar de huérfanos, sintiéndose más abandonada que la primera vez, pues ahora ya sabía lo que perdía.
Y le pesaba en su corazón, sobretodo, la idea de no haber alcanzado una felicidad completa al pertenecer a una familia. Antes, por lo menos un año antes, la idea de tener una familia era el más bello de los sueños. Ahora, con toda la tragedia que se había sembrado a su alrededor, se arrepentía de haber soñado con ello, de haberse atrevido a pensar que ella merecía una familia.
Tan ensimismada se encontraba la chica en su depresión, que no podía apreciar lo que las buenas mujeres sufrían por ella, mirándola desde una ventana en el interior de la pobre pero abrigadora casa que albergaba a los huérfanos del hogar de Pony.
-Ay, hermana María- decía una mujer mayor, con cara bondadosa y preocupada- me duele mucho no poder hacer nada por Candy en este momento, verla como sufre y no poder consolarla me parte el alma.
-Igual a mí, señorita Pony- dijo la religiosa- pero en verdad, no creo que Candy esté dispuesta a dejarse ayudar con lo que sea que la preocupa, pues no nos ha querido decir una sola palabra desde que llegó, hace casi una semana.
-Y no somos las únicas preocupadas por ella- hizo una pausa, pensativa, sin dejar de mirar por la ventana- ya ve la carta que ha llegado.
-Ah, -dijo la hermana María volteando a ver a la señorita Pony- ¿la del señor William Andley?
-Así es… la carta de el padre adoptivo de Candy- y al decirlo se acercó a su escritorio y tomó una hoja de papel que estaba sobre el mismo.
-¿Ya la leyó?- preguntó la monja con curiosidad.
-Sí, la leí hace un momento- dijo sosteniendo el papel con ambas manos-, pero me ha dejado más confusa de lo que estaba.
-Pues, ¿cuál es el contenido?- dijo la hermana tratando de asomarse al papel.
-Básicamente- contestó la señorita Pony viendo el papel de reojo- nos pregunta si Candy acaso está aquí… y lo mismo que nos estamos preguntando, que si sabemos porqué dejó la residencia de la familia.
-¿Y que le va a contestar?- preguntó la monja con curiosidad.
-Eso es otra cosa que me tiene pensativa-contestó la anciana- no sé que es lo que pueda contestarle.
En ese momento, las mujeres fueron interrumpidas por los gritos de unos chicos que corrían fuera de la casa hasta detenerse frente a su ventana.
-¡Señorita Pony, hermana María!- habló con el excitación el mayor de los chicos-¡viene un auto por el camino!
-¿Un auto?- preguntó la señorita Pony.
-Debe ser de…- dijo la hermana María, pero no alcanzó a terminar su idea, interrumpida por el mismo chico.
-Es de la familia que adoptó a Candy, tal vez vienen por ella- y al decir esto, los chicos corrieron nuevamente a la entrada del camino para recibir el auto que llegaba.
Mientras las mujeres apresuraban sus pasos por dentro de la casa, comentaban entre ellas la conveniencia de llamar a Candy, pero al fin optaron por recibir ellas a los visitantes y hablar con ellos antes de involucrar a la chica, después de todo, ella sabía sus razones para haber abandonado a los Andley, y estaban decididas a respetarla.
La puerta se abrió en ese momento, y rodeado de los niños del hogar, un hombre elegantemente vestido se introdujo al hogar de Pony.
-Buenas tardes- saludó el hombre quitándose un sombrero de copa que le cubría la cabeza.
-Buenas tardes- contestó la señorita Pony al saludo- ¿es usted el señor Andley?
-Oh, no- respondió el hombre- soy George, el asistente del señor Andley, él deseaba venir personalmente, pero tiene demasiados compromisos que no pueden esperar en este momento, y me mandó por la señorita Candy.
-¿Para llevársela?- preguntó preocupada la hermana María.
-No por la fuerza- contestó George- pero sí para hablar con ella, y aclarar cualquier malentendido por el cual haya decidido abandonar la mansión.
-¿Usted sabe los motivos de Candy?- preguntó la señorita Pony.
-Tengo una leve idea, creo- contestó George- pero si ella no se los ha comentado, no soy el indicado para hacerlo.
-Creo entonces, que lo mejor es ir por ella de una vez-contestó la hermana María, mientras se ponía de pie y salía de la casa, con dirección a la colina de Pony.
Candy estaba tan absorta en sus pensamientos, que no había notado la llegada del auto, ni que la hermana María la buscaba, hasta que estuvo junto a ella.
-Candy- dijo la hermana María poniendo una mano sobre el hombro de la chica, con lo que esta se sobresaltó- los Andley han venido a buscarte.
-¿Están aquí?-preguntó la rubia abriendo grandemente los ojos-Stear, Archie… Anthony… ¿están aquí?
-No- contestó la hermana María recordando a los “paladines” de Candy- está un hombre llamado George, y dice que lo envía el señor Andley.
-¿Viene a llevarme?- preguntó asombrada la chica.
-Dice que es decisión tuya, pero quiere hablar contigo.
-Está bien- dijo la chica- hablaré con él.
A pesar de haber pasado horas sentada en la nieve, se levantó como si nada y caminó junto a la hermana María hasta el hogar de Pony, donde encontró a la señorita Pony, con cara de angustia por la incertidumbre, y a George, con su mirada sobria de siempre, rodeados de los chicos.
-Niños, salgan a jugar un rato- dijo la hermana María apenas entraron- nosotros debemos hablar con Candy.
A regañadientes, los chicos obedecieron, y Candy se sentó en un pequeño sillón de dos plazas, en el recibidor del hogar, junto a la hermana María, mientras la señorita Pony y George ocupaban unos sillones individuales.
-Señorita Candy- comenzó a hablar George- el señor William, la señora Elroy, y también los chicos están muy preocupados por usted, por su repentina huída de la mansión, y desean que regrese, pero ante todo, me pregunta el señor William si tiene planeado regresar, o necesita más tiempo para pensarlo, pues no desea presionarla.
-George…- comenzó Candy, pero los ojos se le anegaron de lágrimas y un nudo se atravesó en su garganta.
-Sé que es lo que le preocupa, señorita- la interrumpió el hombre adivinando los pensamientos de la chica- también he escuchado los rumores. Pero, tome en cuenta, usted tiene más educación que eso, como para dejarse influenciar por rumores de gente supersticiosa.
-¿Qué rumores?- interrumpió un poco alarmada la señorita Pony.
Candy empezó a llorar, sin poder contenerse por más tiempo, y George les contó a las mujeres las cosas que habían ocurrido desde el desafortunado accidente a caballo que ocasionó la muerte de Annie Britter, como la señora Leegan envió a México a Candy, y él la rescató en medio de la nada justo después del fallido ataque hacia ella del señor García, y sobre las desafortunadas coincidencias que ocasionaron la muerte de la señora Leegan, y por último, de Dorothy.
-Ay, Candy- habló la hermana María abrazando a la chica, entendiendo por fin la dirección de los pensamientos de la chica- no puedes dejarte llevar por rumores, ni pretender aislarte del mundo, pensando que de esa forma nadie morirá.
-La muerte es inexorable- dijo la señorita Pony- a todos nos llega tarde o temprano, y nunca sabes en que circunstancia, lo único que podemos hacer es vivir lo mejor posible, con nuestra conciencia tranquila, y no dejar cuentas pendientes cuando nos llegue la hora.
-Así es- dijo la hermana María- pero no puedes estar pensando que quienes desafortunadamente mueren a tu alrededor, fallecieron por tu culpa, ni puedes esconderte, porque a todos nos alcanzará la muerte en cualquier momento, y no puedes dejar de vivir por dedicar a culparte.
-Pero no puedo volver a Lakewood- contestó Candy entre sollozos- no por ahora, todavía me siento muy mal por todo lo que ha pasado.
-No tendría que volver a Lakewood- contestó George- el señor Andley ha decidido que para complementar su educación, darles nuevas experiencias, y alejarlos a todos de los malos recuerdos, irán a estudiar a Londres, al Real Colegio San Pablo. Anthony, Stear y Archie ya van en camino, y yo la llevaré a usted, en cuanto se decida a seguir adelante.
-Candy, es un buen cambio para ti, ¿no lo crees?- dijo la hermana María.
-Creo que sí- respondió la rubia- puedo prepararme para partir mañana temprano.
-Deberías partir de una vez- contestó la señorita Pony sin dejar de lado la misma cara de preocupación- no deberías perder más tiempo lejos de la que ahora es ya tu familia. Hermana María, ayúdele a Candy a empacar.
Las dos voltearon a ver a la señorita Pony sin comprender su prisa, pero Candy entendió que ya había perdido demasiado tiempo, y que tenían razón en aconsejarle a seguir adelante, pues el mundo no detendría su curso por más que ella se alejara de todo. En menos de una hora, Candy estuvo lista para partir, y se despidió de la señorita Pony, de la hermana María y de los chicos del hogar. Se subió al automóvil, con George al volante, y pronto se perdieron en la distancia.
-Señorita Pony- preguntó la hermana María una vez que el auto dejó de ser visible desde la casa- ¿no le parece que hubiera sido mejor que Candy se quedara esta noche y partiera hasta la mañana?
-No- contestó la señorita Pony, quien ahora cambiaba la cara de preocupación por una mucho más angustiosa- pues, si se hubiera quedado, hoy mismo habría terminado de convencerse que ella, su presencia, es la única culpable de cuanta tragedia está ocurriendo a su alrededor.
-¿Porqué lo dice?- preguntó la hermana, y entonces reparó en el rostro de angustia y dolor de la señorita Pony, y le preguntó alarmada- ¿se siente usted bien?
-No- contestó respirando trabajosamente, y su rostro desfigurado de dolor, se había cubierto rápidamente en sudor- hace días que no me siento bien, pero no creí que fuera importante.
Y esas fueron sus últimas palabras, pues se llevó la mano al pecho, y luego cayó pesadamente al suelo. La hermana María corrió en su auxilio, pero sus intentos de reanimarla fueron inútiles. Tratando de no asustar a los chicos demasiado, consiguió que fueran al rancho más cercano, para que les ayudaran a llegar al pueblo a conseguir un doctor, pero cuando el médico por fin llegó al hogar de Pony, ya la noble mujer había fallecido víctima de un infarto.
Esa noche, la hermana María se preguntaba si valía la pena lo que la señorita Pony había hecho, no tanto por el hecho de no haberle dado importancia a sus padecimientos, pues a todas luces había sido una mala decisión que acababa de pagar con su vida; pero se preguntaba si había sido lo correcto tratar de alejar a Candy para que no se diera cuenta en ese momento de su muerte, tratando de evitarle un dolor, pues como broma macabra, en la señorita Pony se acababa de cumplir el último consejo que le habían proporcionado a la chica, y en algún momento, tarde o temprano, Candy sabría la verdad de lo sucedido esa tarde.
Pero además, aunque trataba de negárselo, una pregunta morbosa le rondaba la mente. ¿Serían los rumores alrededor de Candy algo más que supersticiones infundadas? ¿De verdad había alguna posibilidad de que Candy estuviera relacionada en todas esas muertes? Aunque no fuera de modo voluntario, pero quizás marcada por un negro destino, que ahora la estaba alcanzando.
Continuará…
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