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martes, 26 de octubre de 2010

Asesina de sueños 09





¿Quién tiene derecho a decidir quién debe morir y quién debe vivir? Dirán que solamente Dios... pero si nos dió libre albedrío, ¿no incluye esa decisión entre las que podemos tomar? Ya lo sé, me dirán que es una blasfemia, y me tacharán de hereje. Pero confiesen que les agrada que también mato sus pesadillas, y no solamente sus sueños. Y ese deseo de matar las cosas malas, los convierte en asesinos igual a lo que yo soy.

El capítulo de hoy se titula: Malas coincidencias

A pesar del frío, Candy se sentía muy bien, pues después de un mes encerrada en su habitación, sin ver a nadie como no fueran las religiosas que le daban clases y llevaban alimentos, por fin pudo salir al exterior. El final de su castigo coincidió con un día de domingo, así que lo primero que tuvo que hacer ese día fue asistir a misa. Le resultó incómodo, porque todas las miradas y murmullos se centraron en ella, pero estaba decidida a ignorarlos. Aunque se sintió decepcionada, porque su esperanza para sobrevivir el momento se centraba en encontrarse con Anthony y Stear, de quienes no había sabido nada desde que los vió en la enfermería. Pero los chicos brillaron por su ausencia. Tal vez, pensó Candy, no estaban al tanto de que ese día terminaba su castigo, porque de seguro no la habrían dejado plantada.

Al terminar la ceremonia, Candy se percató con agrado que ya nadie le prestaba atención, y al pasar junto a un grupo de chicas que conversaban animadamente, entendió el motivo de su distracción: ese día era el quinto domingo del mes, y todos estaban felices porque ese día tenían permitido por reglamento salir de la escuela. Durante su castigo, Candy había aprendido el reglamento del colegio, y ya sabía que para que ella pudiera salir ese día del colegio, un familiar debía recogerla. Y sonrió internamente al pensar que, aunque no hubiera visto a los chicos en misa, de seguro ya estarían preparándose para reunirse con ella más tarde.

-¿Te has enterado Candy?- escuchó de pronto a sus espaldas una voz que, por lo familiar, le resultó desagradable, lo que la hizo encogerse de hombros- la tía abuela está aquí en Londres, y como hoy es quinto domingo, saldremos de paseo con ella.

-Me parece bien Neal- contestó Candy, tratando de parecer indiferente, y sin voltear a verlo.

-A decir verdad- continuó el chico con sorna- a mi me parece aburrido. Pero soy de la familia y estoy obligado a asistir cuando ella lo requiera. Puedes considerarte afortunada de que para ella tú no seas un miembro de la familia. Sólo vendrá por Elisa, por Anthony, por Stear y por mí.

Candy no pudo seguir fingiendo indiferencia, y salió corriendo. Y las palabras de Neal de verdad la habían lastimado, pues en realidad significaban que la Tía la culpaba de lo sucedido a los chicos, lo sucedido a Archie, uno de sus sobrinos favoritos, y que nunca se lo perdonaría. ¿Y cuál era el caso de seguir en ese colegio si probablemente muy pronto dejaría de ser parte del clan Andley?

Y sumida en esos pensamientos, Candy de pronto cayó de bruces en medio de su carrera. Confundida, volteó a los lados, y se encontró en medio del lugar al que ella había llamado “la segunda Colina de Pony” en honor al querido lugar en el cual había crecido.

-Una dama no corre de esa forma, ni atropella a los demás en su carrera- escuchó una masculina voz detrás de ella. Apenada, se puso de pie lo más pronto posible, y se dio la media vuelta, hasta quedar frente a un chico recostado en la hierba, que le dirigía una sonrisa burlesca, a quien reconoció como Terry Grandchester.

-Lo siento- contestó Candy- no vi por donde corría.

-De eso me he dado cuenta- contestó el chico- tienes suerte de que nadie más te haya visto, y de que a mi no me guste andarme en chismes, de lo contrario tendrías problemas… y no creo que quieras volver a tu castigo cuando no has cumplido ni un día de libertad.

Candy apretó la mandíbula, no le gustaba la sorna con la que ese chico se dirigía a ella. Le pareció petulante y molesto.

-No puedes juzgarme por haber tropezado accidentalmente contigo- contestó Candy sin haber encontrado otro argumento para defenderse.

-Por haber tropezado conmigo dos veces, porque no es la primera vez que sucede, te puedo juzgar y hasta poner sobrenombres, a cambio de callar lo que sé sobre tu comportamiento- contestó él mirándola retadoramente, y Candy solo pudo recordar la voz de Archie diciendo “no me agrada” al referirse a Terry. Ante este recuerdo de la voz de Archie, Candy no pudo evitar comenzar a llorar.

-No necesitas ponerte dramática- dijo Terry poniéndose de pie y marchándose del lugar.

Candy se dejó caer en el suelo, abatida por la pena. La soledad a la que había estado forzada durante el último mes la había debilitado. Deseaba fervientemente estar con alguien amable con ella, con alguien que la hiciera sentir apreciada. Tenía tantas ganas de ver a Anthony y a Stear.

-¡Candy!- escuchó entonces la apremiante voz de Stear.

La chica levantó la vista y vió como Stear se aproximaba corriendo hacia ella, seguido, aunque no tan de prisa, por Anthony.

-¡Stear! ¡Anthony!- exclamó la chica y corrió a su encuentro, abrazó efusivamente a Stear, a quien alcanzó primero, pero se separo enseguida de él y volteó a ver a Anthony, quien había fruncido el ceño, pero al cruzarse su mirada con la de Candy, cambió el semblante inmediatamente, pues la chica corrió a abrazarle, y este reencuentro fue más prolongado.

-¿Cómo estás Candy?- preguntó Anthony aún sin separarse de ella.

-Ahora estoy bien- dijo Candy, y luego deshizo el abrazo, mientras Stear se acercaba nuevamente a ellos- los extrañaba demasiado.

-Y nosotros a ti, estábamos muy preocupados por ti, pero lo peor ya ha pasado, ya terminó tu castigo- dijo Stear alegremente.

-Candy- preguntó Anthony preocupado- ¿has estado llorando?

-Yo… no…- tartamudeó Candy apenada.

-Claro que has estado llorando, ¿qué te ha pasado?- volvió a preguntar el chico con molestia en la voz.

-Es que… los extrañaba demasiado… y de pronto creí que no los vería hoy- contestó la chica tratando de no preocuparlos demasiado.

-¿Y porqué creíste eso Candy?- preguntó Stear del mismo modo grave que Anthony.

Y entonces la chica les narró lo dicho por Neal.

-Ese Neal…- dijo Anthony molesto.

-Pero no debes dejar que te afecte- dijo Stear- porque ya sabes que eso es lo que él quiere. Además, nosotros no iremos a ningún lugar que tú no seas invitada, tenemos varios días planeando pasar esta tarde juntos, y ya tengo preparadas varias cosas ¿cierto Anthony?

-Es cierto- dijo Anthony alegrando la voz- ¿estás preparada para una explosión?

-¡No digas eso!- exclamó Stear- no he inventado nada que pueda ser explosivo en esta ocasión.

-Eso está por verse- contestó Anthony, y mientras volteaba a ver a Candy, su rostro se volvió grave otra vez.-Candy- le dijo- por un momento, al encontrarte llorando, pensamos que ese Grandchester te había faltado el respeto de alguna forma.

-¿Qué?- preguntó Candy sin entender de pronto el giro en la conversación- ah… no… aunque creo que yo le molesté a él- y entonces les contó también lo ocurrido unos minutos antes de que ellos aparecieran.

-Ten cuidado con ese tipo- dijo Stear- puede volverse una verdadera pesadilla.

-Si te molesta, nos lo tienes que hacer saber- dijo Anthony seriamente.

Candy y los chicos caminaron por el bosque del colegio con rumbo a un destartalado almacén que Stear usaba como su laboratorio. Se sentían muy bien de estar juntos, así que a cada paso su conversación se animaba un poco más. Hablaron de ese último mes, de lo que fue para Candy estar confinada en una habitación sin nadie con quien hablar, y de lo que fue para cada uno de ellos perder a Archie de la manera en que sucedió, y como aún les costaba creerlo.

Mientras hablaban, llegaron al laboratorio, donde Stear había llevado anticipadamente algunos sándwiches y bebidas para almorzar, y como todos llevaban hambre, decidieron hacerlo de una vez. Pero a la par, Stear, emocionado, le mostraba sus nuevos inventos a Candy, esos que había empezado a preparar desde que los chicos llegaron a Londres, y que no había tenido tiempo de enseñarle antes.

-¿Y esto qué es?- preguntó Candy tomando un objeto de forma esférica con su mano libre.

-Yo que tú no haría eso- contestó Anthony riéndose un poco- no olvides que los inventos de Stear tienden a explotar o hacer combustión espontánea.

-Lo olvidaba- dijo Candy, y sin querer, soltó el objeto.-¡Oh! Lo siento Stear- dijo Candy mientras caminaba para alcanzar el objeto que rodaba hasta la puerta.

-Espero que no se haya dañado, es un aparato muy sensible- dijo Stear, quien también salió tras el objeto.

Pero justo al alcanzarlo, la puerta se abrió de golpe.

-¡Así que aquí estaban!- habló molesta la religiosa que estaba frente a ellos- sus familiares hace horas que los están esperando.

-Pero no nos esperan a los tres, ¿verdad?- contestó Anthony con algo de molestia en la voz.

-No, solamente a ustedes, señores Brown y Cornwell- contestó la monja.

-Es precisamente por eso que no vamos- contestó Stear también molesto- porque Candy es de nuestra familia, y ella también debe estar con su familia hoy.

-Cualquier queja que tengan, deberán hablarla con su familiar que los espera, pues es ella quien lo ha dispuesto de esa forma. Pero de ningún modo harán quedar en entredicho a nuestra noble institución con su comportamiento. Así que, salgan de aquí ahora mismo.

La mujer habló con tal autoridad, que los chicos sintieron que debían obedecer, si bien, estaban muy molestos.

-No te preocupes Candy- dijo Anthony- sé bien como es la tía Elroy… y si te hace un desaire me va a escuchar.

La religiosa sostenía la puerta abierta, y los chicos salieron del laboratorio, y a regañadientes fueron detrás de la religiosa hasta el edificio principal. Aunque Candy caminaba con lentitud, tratando de quedarse rezagada para no enfrentar a la tía, Anthony y Stear no le permitieron separarse de ellos. Estaban empeñados, más que nunca a hacerla sentir parte de su familia.

Al llegar al edificio, la religiosa los condujo hasta una habitación, muy cerca de la dirección, y los hizo pasar. En esa habitación, se encontraban la tía Elroy, junto con Neal y Elisa.

-Ya era hora que aparecieran- dijo molesta la señora Elroy en cuanto los vio llegar- me parece inaudito que después de estos meses, sus modales hayan empeorado al punto de hacerme esperar tanto tiempo por ustedes.

-No sé porqué le extraña, tía- interrumpió Elisa con sorna- si con ellos viene la razón de su mala educación.

-¡Elisa!- habló molesto Anthony- ¡sabes que no debes hablarle así a Candy!

-¡Silencio Anthony!- recriminó la tía- Elisa tiene razón, siempre ha sido una mala influencia para ustedes, no ha traído más que desgracias a la familia…- un nudo se apoderó de la garganta de la mujer, y bajó el tono de su voz- yo no quiero verla.

-Tia, por favor- habló Stear- no puede usted también creer que todo lo malo que sucede es culpa de Candy.

-¿Y de quién si no, ha de ser la culpa?- dijo la señora recuperando su aplomo- todas las tragedias ocurren cuando Candy está presente, lo que le sucedió a la chica Britter, la muerte de mi sobrina, la de su doncella, y ahora, la de Archie- y al mencionar el nombre de su sobrino, la voz se le quebró completamente.

-Comprenda, tía- dijo Stear- esas son coincidencias, fatales, pero solo son coincidencias, no son obra de nadie.

-Pues yo apoyo a la tía- interrumpió otra vez Elisa- todo en la familia, e incluso en el colegio, sería distinto si Candy no estuviera cerca. No olviden lo sucedido con la chica O´Brien.

-¡No puedes seguir diciendo que Candy hizo eso!- habló Anthony con vehemencia.

-Pues nadie ha venido a decir quien es el verdadero culpable, y hasta entonces, ella sigue siendo sospechosa- puntualizó Elisa.

-Eso no es lo que estamos discutiendo ahora Elisa, cállate por favor- intervino Stear.

Candy se sentía abrumada, y se perdió en la conversación. Sabía que la mitad de las personas en esa habitación no lo querían cerca, que los dos chicos que la defendían y trataban de darle un lugar, eran los únicos que siempre estaban para ella, y de pronto temió que eso en cualquier momento pudiera cambiar. Se sentía fuera de lugar, con ganas de regresar un poco el tiempo, por lo menos para no dejarse convencer por los chicos de asistir a esa reunión en la que lo único que sentía era un fuerte rechazo. Quería correr, quería desaparecer, quería gritar… y sobre todo, quería encontrar al responsable de todas las cosas malas que pasaban a su alrededor, para suplicarle o exigirle que la dejara en paz, para decirle que estaba cansada de sentirse cada día más sola, pues todos la rechazaban, y no sabía cuanto más lo podía soportar. Era difícil nunca haber tenido una familia, y cuando por fin tenía el intento de una, no podía formar parte de ellos, porque las malas coincidencias a su alrededor no dejaban de ocurrir.

Y de pronto su atención regresó a la conversación, porque de súbito sintió un jalón en su brazo. Era Elisa, que intentando ser zalamera con la tía Elroy, le dio un jalón en el brazo tratando de sacarla de la habitación.

Y entonces sucedió, Candy, en un acto reflejo, sin pensarlo, trató de zafarse de Elisa empujándola con su mano libre, pero lo hizo con tal fuerza, que al soltar a Candy, la chica perdió el equilibrio, y cayó de espaldas, golpeándose en su caída la cabeza contra una mesa que había en la habitación recargada en una de las paredes.

-¡¿Qué has hecho?!- gritó la tía Elroy con los ojos muy abiertos, y junto con Neal llegó pronto al lado de Elisa, y se agachó tratando de tomarla en sus brazos- ¡Elisa, niña, reacciona por favor!

Pero Elisa ya no reaccionaría, pues su cabeza se abrió con el impacto y la sangre manaba profusamente de ella.

-¡La has matado!- gritó Neal- ¿no estarás conforme hasta que acabes con todos nosotros? ¡Has matado a mi hermana!

Continuará…




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